Por Mauricio García C.
En un mundo paralelo, al más puro estilo de “The Man in High Castle”, la crisis provocada por los recientes acontecimientos en Culiacán se manejó de forma muy diferente.
Eran las 5 de la tarde del 17 de octubre. Al ver que las redes sociales comenzaban a infestarse de imágenes con balaceras en Culiacán, el presidente Andrés Manuel López Obrador pidió de inmediato a Jesús Ramírez, coordinador de comunicación social, que llevara cámaras y micrófonos a su despacho para grabar un mensaje a la nación. Sabía que era fundamental no dejar vacíos de información y, sobre todo, mostrar que el líder del país estaba a cargo de la situación.
“Mexicanas y mexicanos, amigas y amigos de Sinaloa: estamos atravesando por un momento difícil en Culiacán. Luego de un operativo para detener a presuntos delincuentes, obtuvimos una respuesta muy violenta por parte de este grupo del crimen organizado. Le pedimos a toda la gente de Culiacán que se resguarde, que no salgan a la calle y que mantengan la calma. Sepan que las fuerzas del Estado están en Culiacán trabajando para restablecer el orden y regresarle la paz a todas las familias. Seguiremos informándoles”.
El video se subió a las redes sociales de López Obrador a las 5:30 p.m. Medios nacionales e internacionales lo retomaron y replicaron rápidamente, lo que ayudó a generar una contra-narrativa a la del pánico que el Cártel de Sinaloa estaba provocando.
Para ese momento, ya estaban reunidos en el despacho presidencial el gabinete de seguridad, el equipo de comunicación social y algunos asesores del primer círculo.
El secretario particular, Alejandro Esquer, entró a la oficina para indicarle al Presidente que era hora irse al aeropuerto para tomar un vuelo a Oaxaca. “Se cancela la gira de Oaxaca”, reviró López Obrador. “No me puedo ir con este problema encima. Culiacán está en llamas”.
Todos los reportes indicaban que la violencia seguía escalando en las calles de la capital de Sinaloa. Faltaba poco para que se empezara a atentar contra civiles y, por si eso fuera poco, los criminales tenían como rehenes a un grupo de militares y sus familias, a quienes amenazaban con matarlos en video si el gobierno no entregaba de regreso a Ovidio.
Esto, por supuesto, provocó una larga discusión en la mesa sobre si se debía liberar o no al presunto delincuente. Aunque varios invocaron a Maquiavelo y a Weber, la decisión ya estaba tomada: el hijo del líder del Cártel de Sinaloa habría de ser puesto en libertad.
“Tenemos que salir a dar una nocturna”, dijo angustiado el Presidente. “Esperar hasta la mañanera es demasiado tiempo. No podemos permitir que se hagan todavía más especulaciones. Tenemos que explicar lo que pasó para calmar a la gente”.
“Señor, sería conveniente decir que la detención fue producto de un patrullaje de rutina. Aceptar que el operativo falló no sería bueno para la imagen del gobierno”, expresó uno de los integrantes del gabinete de seguridad.
“Si hacemos eso, te aseguro que a los 15 minutos nos sacan en redes un video donde se ve el operativo. Eso sí que dañaría mi imagen”, refutó el mandatario. “No podemos mentir en estas circunstancias”.
“Ok, de acuerdo, señor”, respondió el mismo funcionario. “Pero entonces no salga usted a la conferencia. Se va a exponer. Mejor deje que salga el gabinete de seguridad, de esa manera usted no va a cargar con el costo político del error”.
“Todos los días salgo a dar la cara”, respondió AMLO. “Se vería como un acto de cobardía que me esconda cuando hay problemas. Soy el Presidente en las buenas y en las malas”.
El Salón Tesorería, donde se llevan a cabo las conferencias de prensa matutinas, estaba a reventar al punto de las 8 de la noche. Cinco minutos después, el Presidente de la República y el gabinete de seguridad subieron al templete.
López Obrador, con firmeza, tomó la palabra: “El día de hoy, a las 3:30 de la tarde, se llevó a cabo un operativo para detener a Ovidio Guzmán López por el delito de tráfico de cocaína, metanfetaminas y mariguana. Pero el operativo fue mal planeado y mal ejecutado. No se midió la fuerza con la que reaccionaría el Cártel de Sinaloa y la situación se salió de control. Como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, asumo la responsabilidad por ello.
Al ver que se estaba poniendo en riesgo la vida de miles de ciudadanos inocentes de Culiacán, así como de elementos del Ejército y de sus familias, tomé la decisión de suspender el operativo. Eso iba a ser un baño de sangre y, lo peor, sangre de personas inocentes. Estoy convencido que no puede valer más la detención de un delincuente, que las vidas de miles de personas.
El error táctico se va a reparar. Tarde o temprano, Ovidio Guzmán va a caer en manos de la justicia y cuando eso pase, será sin derramar una sola gota de sangre inocente”.
Horas más tarde, el equipo seguía reunido en Palacio Nacional. Un joven entró apresurado buscando a la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero. “Secretaria, tenemos programado un tweet a media noche donde usted le agradece al Presidente haberla invitado al arranque de las obras del aeropuerto de Santa Lucía. ¿Está bien si lo publicamos?”, externó el joven.
La Secretaria abrió los ojos como platos. “No hijito, ¡cómo crees! Imagínate qué mal se vería que mientras Culiacán está en llamas, la encargada de la política interna del país se ponga a hablar de Santa Lucía. No vayan a publicar esa barrabasada, por favor”. Rápidamente, el joven sacó su celular y canceló la publicación programada, evitándole así un tremendo ridículo a la exministra.
A la mañana siguiente (viernes), López Obrador viajó a Culiacán. Hacer acto de presencia lo más pronto posible, era un imperativo para él. Durante el vuelo, le expresó a uno de sus cercanos: “Con que dicen que no hay Estado ¿no? ¿Pues qué más Estado que la presencia del Presidente en Culiacán?”.
Aterrizando dio la mañanera en la capital de Sinaloa. Sorprendió el tono de sus palabras. Con el corazón en la mano, contó lo que vivió la tarde del día anterior, lo que quizás convirtió a esa conferencia en las más emotiva en lo que va de la Administración:
“Ha sido, por mucho, una de las decisiones más difíciles de mi vida. Ver las imágenes de padres y madres corriendo con sus hijos en brazos, los llantos y el miedo generalizado fue muy doloroso. Como Presidente trabajo todos los días para que los mexicanos sean felices y esto, claramente, no se estaba logrando en Culiacán.
Lo peor vino minutos después, cuando nos comenzaron a llegar los videos de 30 militares encañonados frente a sus familias. Los niños gritaban y lloraban de ver a sus padres con una pistola en la cabeza. Ahí fue cuando decidí cancelar el operativo. Oportunidades para detener a Ovidio Guzmán tendremos muchas, pero si yo seguía con el operativo, esos niños jamás iban a tener la oportunidad de abrazar a sus papás otra vez.
Era momento de reconocer que operativo había sido un error, pero continuar con él hubiera sido un error aún más grave. Yo no iba a dejar a todas esas familias sin papá. Yo no iba a cargar con esas muertes en mi conciencia. Yo no voy a salir manchado de sangre de mi presidencia”.
Terminando la conferencia de prensa, López Obrador fue al Cuartel de la Región Militar, donde se reunió con miembros del Ejército y sus familias. Las esposas y los hijos lo recibieron con abrazos y frases de agradecimiento por su decisión. Estaba claro que la lealtad de las Fuerzas Armadas con el Comandante Supremo, estaba más firme que nunca.
Inmediatamente después, el Presidente organizó un encuentro con familias culichis, muchas de las cuales habían vivido el pánico el día previo. Viéndolos a los ojos, AMLO les pidió una disculpa por el error en el operativo y reiteró su postura: “cuando me di cuenta que el operativo había fallado, solo quedaba decidir entre hacer un baño de sangre o salvar vidas”. Un aplauso generalizado se escuchó en el salón. Una de las asistentes, tomó la palabra y agradeció al Presidente: “Gracias, señor presidente, por poner primerio a las familias de Culiacán, antes que pensar en las medallas políticas”.
Era viernes por la noche y el Presidente decidió dormir en la capital de Sinaloa. El sábado volvió a convocar a conferencia de prensa y, para sorpresa de muchos, en la tarde asistió al estadio de béisbol para ver el partido entre los Tomateros y los Sultanes. Aunque no anunciaron su presencia para evitar algún abucheo, los asistentes se dieron cuenta y comenzaron a subir a redes sociales fotos del Presidente en el estadio.
A la salida, fue abordado por reporteros, a quienes se limitó a dar una breve declaración: “La normalidad ha regresado a Culiacán”. No hacían falta más palabras, lo decía todo el hecho de ver al mandatario disfrutando del rey de los deportes en el corazón del campo de batalla.
Subió a su camioneta y se dirigió al aeropuerto para volar de regreso a la Ciudad de México.
De camino al aeropuerto, un asesor le comentó al Presidente que sería bueno seguir mostrando el apoyo popular y sugirió realizar un video con niños. “Imagínese esto señor: una toma de usted en el campo, mientras observa a una centena de niños bien formaditos, tocando tambores de guerra y cantando al unísono ‘ES UN HONOOOOR ESTAR CON OBRADOOOR´”.
López Obrador soltó un manazo en el tablero del auto. “¿Cómo se te ocurre sugerir semejante estupidez?”, dijo enojado. “Estamos en medio de una de las peores crisis y tú quieres que haga un video remembrando a Lenin o a Mao? ¡No me la voy a acabar!”. El mandatario le pidió al asesor bajarse de la camioneta y nunca más volvieron a llamarlo.
El domingo por la mañana corrió como pólvora la noticia: Alfonso Durazo había renunciado a la Secretaría de Seguridad Pública. A las 10 de la mañana el propio Durazo lo hizo oficial en sus redes sociales al subir su carta de dimisión. Al medio día, López Obrador publicó un tweet que leía: “He decidido aceptar la renuncia de Alfonso Durazo. Le agradezco su empeño y dedicación durante estos meses de arduo trabajo. Le deseo el mayor de los éxitos en sus proyecto futuros”.
Para la opinión pública era claro: aunque el Presidente había asumido la responsabilidad, el culpable del operativo fallido había sido el Secretario. La renuncia le sirvió como un pararrayos a AMLO, pues las críticas y señalamientos por los errores tácticos se comenzaron a centrar en el sonorense y no en el tabasqueño.
Finalmente llegó la mañanera del lunes. El Presidente tenía claro que había logrado contener la situación durante el fin de semana, pero que era necesario cerrar el capítulo de Culiacán dejando de lado la posición reactiva del Gobierno, para entrar ahora en un modo proactivo. En términos beisboleros, AMLO quería dejar la posición de catcher, para ponerse al bat.
“El día de hoy quiero hacer un anuncio importante. Lo ocurrido la semana pasada en Culiacán nos dejó grandes lecciones, de las cuales tenemos que aprender para atacar el problema de raíz y garantizar que no vuelva a ocurrir algo así en nuestro país.
Por ello, anuncio las medidas que tomaremos a partir de hoy: número uno, habremos de establecer un diálogo con el gobierno de Estados Unidos para frenar, de una buena vez, el tráfico de armas que ilegalmente pasan del territorio americano hacia territorio nacional.
Número dos, vamos a implementar en Culiacán el paquete de programas sociales más fuerte que se ha visto en México, pues debemos asegurarnos que los jóvenes culiacanenses tengan las oportunidades necesarias para llevar una vida de bien y evitar que caigan en la salida fácil del crimen organizado.
Y número tres, aunque en el pasado he sido ambivalente con este tema, las circunstancias me han hecho cambiar mi postura y hoy anuncio que impulsaré desde el Poder Ejecutivo la legalización de la mariguana, pues es fundamental terminar con el tráfico ilegal que tantas vidas le ha costado al país”.
Este anuncio provocó que durante toda la semana, la agenda pública estuviera llena de debates sobre las medidas que anunció López Obrador. Pocos hablaban ya del operativo fallido. El Presidente estaba marcando la agenda otra vez, teniendo a todo el país hablando de lo que él quería que se hablara.
Finalmente llegó el martes. Reforma, El Financiero, Gabinete de Comunicación Estratégica y Consulta Mitofsky dieron a conocer el resultado de sus más recientes mediciones. En todas, el 70% de la población apoyaba la decisión del Presidente, al tiempo que su aprobación se había incrementado en 6 puntos porcentuales.
Por increíble que pareciera, Andrés Manuel López Obrador había logrado manejar la crisis como pocos. Algo que pudo haber sido sumamente negativo, lo vio como una oportunidad y lo convirtió en algo positivo. Sin duda, un caso de estudio que quedará por años para la clase de Crisis Management de la George Washington University y, por supuesto, un capítulo en la historia de México, donde el Presidente de la República se había comportado como un verdadero estadista.
Pero, desafortunadamente, este mundo paralelo no existió. En la realidad, el gobierno mexicano hizo todo al revés y el manejo de crisis fue desastroso. El apoyo popular con el que cuenta el Presidente aún lo blinda ante estos errores, pero su aprobación se comenzará a ver mermada de no cambiar la estrategia de manejo de crisis.
Los fallas con la matanza de Minatitlán fue la primer llamada, Aguililla la segunda y, la tercera, Culiacán. Para la Administración 2018-2014, no hay espacio para más errores de comunicación.
*Mauricio García C. es consultor político, experto en manejo de crisis.
Twitter: MauricioGarciaC