No hay romances más intensos que los que quedaron en promesa, que los que fueron sólo en nuestra fantasía, que los que nunca existieron más que como remota posibilidad.
Así nos aproximamos los devotos de la selección mexicana a uno de los mayores portentos que nuestro futbol ha producido. En 2013, mientras Carlos Vela era considerado el tercer mejor futbolista de la liga española, sólo detrás de los sobrehumanos Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, la selección mexicana padecía la peor crisis de su historia moderna. El desastre eliminatorio que por milagro de Graham Zusi nos permitió rebotar a la repesca en Nueva Zelanda, el fracaso consecutivo en Copa Confederaciones y Copa Oro, la sucesión frustrada de entrenadores (Chepo de la Torre, Luis Fernando Tena, Víctor Manuel Vucetich), coincidieron con ese muchacho cancunense en su esplendor.
Más grave que no generar talento es no disfrutar de lo poco que se genera, desde esa época Vela es visto más como amor imposible que como deportista renuente. Por un lado, con recelo, como si el no admitir ser convocado equivaliera a traición a la patria, a renegar de sus orígenes, a saqueo de las arcas de la nación. Por otro, con idealización, como si su mera presencia fuera a propiciar ese ansiado salto de calidad que vivimos esperando… y no, por desequilibrante que resultó en Rusia 2018, con o sin su concurso nos encontramos más o menos en el mismo nivel.
Cuando el delantero decidió que dejaba las grandes ligas europeas, en las que gozaba de tan buen como bien merecido cartel, todo pareció hacer sentido para esta despechada afición: no es que no nos quisiera, es que lo que no le interesa es trascender, quisimos resumir en una futbolera versión del “no eres tú, soy yo”. Qué poco duró esa etapa, porque la temporada que ha coincidido con su nueva renuncia al Tri, ha sido trepidante: goles y asistencias como nadie antes que él haya logrado en la MLS, liderazgo y determinación, peso específico y hasta la complacencia de sacar de quicio a un gigante histórico (en juego y vanidad) como Zlatan Ibrahimovic.
A cada triunfo de Vela volvemos como a los romances no consumados del pasado: y si le hubiera dicho, y si no se hubiese ido, y si hubiera intentado, y si no hubiese sido como fue. Para amores intensos los que no serán, a Vela no podemos más que mirarlo con nostalgia por ser tan propio y, a la vez, tan ajeno.
Twitter/albertolati