No basta la buena voluntad
si intentas apagar el fuego con gasolina
Roberto Fontanarrosa

Hay gente que vive en pie de guerra: de todo se queja, nada le gusta, siempre está molesta, reclama, amarra navajas, va por ahí murmurando sola, dice las cosas de la manera más ofensiva posible, sutil o abiertamente, y su risa suena fingida, amargada, malévola o cínica. A que ya puso por lo menos un nombre.

Es ese tipo de gente que acostumbra culpar a los demás de la forma en que se siente; recita todas sus cualidades y buenos actos antes de señalar los defectos y los errores ajenos; jura que todo sería diferente si quienes le perturban no estuvieran donde están y presumen de saber hacer las cosas mejor. A que ya creció su lista.

Se trata por supuesto de personas que están empujándolo a uno al límite, y cuando son confrontadas abiertamente, lo mismo con calma que con hartazgo… se quiebran, ya sea que se ofendan, continúen acusando sin cesar, en un drama in crescendo, nieguen que han venido pullando, pregunten llorando de qué se les acusa, evadan contestar, se den a la fuga, se contradigan o aseguren que nunca hicieron o dijeron lo que hicieron y dijeron. Supongo que sigue creciendo su lista.

Bueno, pues este es el tipo de personas con las que todos queremos llevar la fiesta en paz, y acostumbramos, para ello, darles “el avión”, pero siempre resulta peor, porque eso significa bajar la guardia, para volver a nuestro acostumbrado estado de contento y despreocupación, que tanto les molesta. Entonces, ¡zas!, nos vuelven a clavar la estaca, aguja, puñal, según que tan taimados y resentidos sean.

Es en estos casos cuando evadir el conflicto no significa vivir en paz, sino “ponerse de pechito”, porque estamos hablando de personas a las que tenemos que ponerles un límite claro, sean quienes sean y con toda la molestia interior que esto signifique.

Siempre hay conflictos porque, como dice el escritor estadounidense John Verdon: “La mente es una masa de contradicciones y conflictos. Mentimos para conseguir que otros confíen en nosotros. Escondemos nuestro verdadero ser… Perseguimos la felicidad de formas que nos alejan de ella. Cuando nos equivocamos, luchamos a brazo partido por demostrar que tenemos razón”. Con estas actitudes, obvio, no se puede llegar a un acuerdo con nadie. Es echarle gasolina al fuego para apagarlo.
Entre los individuos, como entre las naciones, la paz a cualquier precio puede ser devastadora. Así pues, hay que aprender a manejar el conflicto.

He aquí unos consejos:

No dé “el avión”. Aprenda a ser fiel a sí mismo.

No permita que la opinión de otra persona afecte su autoestima.

Respire, respire y respire, para mantener el auto control, oiga lo que oiga.

Piense que no es personal en realidad. El problema es del otro.

Sea amable, pero firme.

Exprésese con la mayor claridad y calma que pueda.

En cuanto vea que no hay disposición al acuerdo, corte.

Nunca vuelva a intentar conciliar con personas que no tienen la intención de hacerlo.

No es fácil. Es cuestión de práctica, por supuesto, de alejarse emocionalmente de eso que tanto nos molesta en medio del conflicto mismo, no para evitarlo.

Por lo general, no se nos educa, ni en casa ni en la escuela, para aprender a manejar el conflicto y llegar a acuerdos. El ejemplo ha sido siempre defenderse a capa y espada, acusar sin freno, no ceder, gritar, insultar y hasta golpear. Pero eso no es confrontar, es simplemente pelear, y nada resulta de tal actitud.

Confrontar es exponer el propio punto de vista y oír el ajeno con tolerancia, manifestar la forma en que uno se siente respecto de lo que otro hace, sin acusarlo, poner límites, para dar y poder, entonces, exigir respeto, buscar puntos de coincidencia y llegar a un acuerdo.

Pero, ciertamente, hay personas con las que no se puede. Acéptelo y ya.

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