El Sistema Cutzamala cada vez se parece más a un enfermo crónico y de alto riesgo, pues cuando no le impacta la sequía –que cada año es más severa–, lo afectan los desperfectos y deterioros en sus ductos; la falta de presupuesto y de personal calificado, y hasta la deforestación, se convierten en una seria amenaza contra las fábricas de agua tanto del estado de Michoacán (donde tiene su origen la Cuenca Cutzamala) como las del Edomex.
Desde el pasado 12 de septiembre, la Ciudad de México y el Estado de México padecen la reducción de 10% en el suministro de agua debido a que este año llovió menos –fenómeno que también afectó a todo el país–, así como a los trabajos de mantenimiento del Cutzamala.
Cuando se tomó la decisión del corte, las 7 presas de este sistema tenían una capacidad de almacenamiento de 76%, y, la semana pasada, la Comisión Nacional del Agua (Conagua) informó que con las últimas precipitaciones había una recuperación a un nivel de 85%, pero el recorte continuará y se prevé que en diciembre sea hasta 17% menos el abasto.
El asunto no es menor, el Sistema Cutzamala (cuya primera etapa se inauguró en 1982 y la tercera y última en 1992), enfrenta serios retos para seguir garantizando el abasto para la Ciudad de México y para los 13 municipios conurbados.
La distribución de agua para los municipios mexiquenses cubre a una población de más de 9 millones de personas, los cuales reciben en época normal 6 mil 500 litros de agua por segundo, y con el recorte ahora tienen 5 mil 500. En la CDMX se capta en periodos normales 9 mil 500 litros por segundo y en estos momentos ronda los 8 mil 2500 l/s con la reducción (la población capitalina beneficiada por esta fuente de abasto se estima en más de 4 millones).
Cabe recordar que el Sistema Cutzamala y el Sistema Lerma (inaugurado en 1952) abastecen el 30% a ambas entidades, y el 70% restante proviene de los acuíferos, los cuales están sobreexplotados (de la zona metropolitana de la CDMX, Chalco-Amecameca, Texcoco, Cuautitlán-Pachuca, Valle de Toluca e Ixtlahuaca-Atlacomulco).
Vale recordar que en la zona metropolitana de la Ciudad de México desde 1850 (siglo XIX) se extrae el agua del subsuelo.
El mejoramiento en el nivel de las 7 presas es un alivio temporal para garantizar el abasto el próximo año, pero si se repite el fenómeno de sequía extrema para el 2020, el riesgo mayor se tendrá en el 2021. Y esto sin contar los trabajos de mantenimiento necesarios en los ductos del sistema y sus plantas de bombeo, los cuales también originan otros recortes temporales.
Extraer más agua del Sistema Lerma -Cutzamala no se puede, y la población, principalmente en el Edomex, sigue creciendo de forma acelerada. Y vale citar que el consumo doméstico del vital líquido es de 87%, por ello las luchas urbanas cuando el desabasto impacta en las épocas de estiaje.
Sin caer en esquemas catastrofistas, lo que se prevé es que estamos ante un proceso de pérdida acelerada de sustentabilidad en todo el sistema, tanto de fuentes externas como la extracción de agua del subsuelo.
Inexorablemente la CDMX tiene que prepararse para recibir una distribución más justa del agua, pues lleva décadas que el Lerma-Cutzamala le aporta el 60% del suministro, mientras que al Edomex es del 40%. Y expertos me aseguran que cuando entró en operación el Sistema Cutzamala se acordó que la distribución fuera del 50-50 para ambas entidades.
Hasta la fecha los gobernadores mexiquenses se han mantenido al margen de este rubro, pero el reclamo puede venir en cualquier momento y con ello otra guerra por el agua.
La CDMX debe alistar un plan hídrico para hacerle frente al escenario de recibir menos líquido en el futuro cercano, y acelerar la búsqueda de nuevas fuentes de abasto y reducir en todos los ámbitos el consumo en forma sostenida.
jhs