“Murió como un cobarde, como un perro… gimiendo, llorando, gritando todo el tiempo”, así describió Donald Trump el deceso de Abu Bakr al-Baghdadi, jefe del autodenominado Estado Islámico, en una operación militar liderada por Estados Unidos.
Acompañado por tres de sus hijos, al-Baghdadi detonó su chaleco inmolándose con los menores que arrastraba con él por un túnel, precisó el inquilino de La Casa Blanca.
El mundo quedó conmocionado. No es para menos. Desapareció físicamente el líder terrorista más buscado del planeta. Poco importa que últimamente se mostraba muy pasivo y su “califato” se encontraba al borde del colapso. Trump sin duda se anotó una victoria inmensa en un momento crucial para él, en pleno escándalo del Ucraniagate enfrentándose a una amenaza de destitución, que ahora, tras el golpe anti-Baghdadi, parece estarse alejando.
Pero la conmoción de la comunidad internacional se debe a algo más, a lo que podríamos calificar como teatralización macabra del anuncio de la muerte de “el matón, el enfermo depravado que pasó sus últimos momentos aterrorizado, aterrorizado por las fuerzas estadounidenses que se abatían”.
Nos deja asombrado el vocabulario utilizado por Donald Trump, con calificativos particularmente crudos y detalles inusuales en un relato gráfico que parece extraído de una novela de terror bélico.
A lo anterior sumemos el manejo del suspenso. Primero el tuit: “¡Algo grande acaba de ocurrir!”, luego el discurso televisado, paso seguido: la convocatoria súbita de una conferencia de prensa un domingo… con una impresionante puesta en escena, sin olvidar la exaltación mediática. Todo esto forma parte de la noticia “Trump y el mundo actual”.
Lo que también es noticia es que en los últimos años al menos cinco veces nos anunciaron la muerte de al-Baghdadi. Diversos medios y países. En esta ocasión el fundador del Estado Islámico falleció de verdad, al menos así nos lo anuncia la Casa Blanca.
Pero muchos se muestran escépticos sobre esta desaparición, en primer lugar la Rusia de Putin, uno de los principales jugadores en el tablero de ajedrez sirio. “De momento no tenemos la confirmación”, dejó claro el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov.
En fin, se multiplican las dudas y las preguntas. Debemos ser realistas. Podemos aventurarnos a pensar que así como la eliminación de Osama Bin Laden en mayo de 2011 no destrozó a Al Qaeda (al contrario, la reavivó), la muerte de al-Baghdadi no pondrá fin al Estado Islámico.
Pese a su derrota militar, el EI tendrá la capacidad de reclutar entre los simpatizantes del califa fallecido -figura altamente simbólica-, no solo en Siria o Irak. En nombre de la venganza.
Podrían cambiar de modus operandi, descentralizase, crear una nueva red de células yihadistas, menos ligadas entre sí.
Llamemos a la prudencia. Con la muerte de al-Baghdadi no ha desaparecido el temor a los atentados. La organización terrorista más temida de la última década, el autodenominado Estado Islámico, sigue viva.