Si hay algo que se debe reconocer a Andrés Manuel López Obrador, como opositor y ahora como Presidente de la República, es su capacidad para manipular los temas de la agenda nacional y desviar los debates cuando éstos representan un riesgo para sus fines políticos. Esta habilidad, aunada a la perseverancia que lo ha distinguido, lo convierten en uno de los políticos más sofisticados de los últimos tiempos.
Lo sucedido tras el fallido operativo de Culiacán es muestra de ello. Podría ser, incluso, materia para un estudio más profundo. La liberación de Ovidio Guzmán, las contradicciones en la información oficial en torno a estos hechos, los cuestionamientos de la prensa nacional, el descontrol en el manejo de los medios internacionales, el enojo de las Fuerzas Armadas y la evidente falta de coordinación institucional, entre otros, se transformaron en un claro riesgo para su gobierno.
Para evitar lo anterior y frente a un evidente desgaste de sus niveles de aceptación -sin que éste llegara a ser alarmante-, tomó la decisión de darle un giro a la conversación pública. Consciente de la autoridad que le brinda su investidura y con el monopolio del manejo de la información gubernamental, López Obrador sembró al menos tres temas lo suficientemente polémicos para lograr su objetivo: dejar atrás los controvertidos hechos de Culiacán.
En unos cuantos días, el propio Presidente desvió el debate y lo llevó al terreno de la confrontación, que le representa, sin duda, mayor comodidad. Surgieron de repente, y sin que nadie lo esperara, señalamientos a la prensa por su desempeño en los hechos de Sinaloa, señales de un improbable golpe de Estado en el país y acusaciones a tres personajes disímbolos en supuestas estrategias desestabilizadoras a través de redes sociales, Luis Calderón Zavala, Juan Carlos Romero Hicks y Aurelio Nuño.
Hoy, Culiacán parece haber quedado atrás. Poco se habla de ese operativo y de las consecuencias que tendrá para el país. La estrategia tuvo los réditos buscados: aquí estamos, todos, comentando los temas que el Presidente nos coloca en la agenda. Su agenda.
Segundo tercio. La masacre en los límites de Chihuahua y Sonora de una familia mormona, los LeBaron, de nacionalidad estadounidense y mexicana, abrirá un nuevo frente para el Presidente López Obrador. La oferta de Donald Trump de poner al ejército norteamericano al servicio de nuestro país para el combate al narcotráfico relanzará el debate sobre la estrategia para enfrentar al crimen organizado. El huésped de la Casa Blanca lo dice abiertamente: “Este es el momento para que México, con la ayuda de Estados Unidos, haga la guerra contra los cárteles de la droga”.
Habrá que explicarle al vecino del norte que ese escenario ya no es plausible en el México de hoy, que la estrategia es otra. Delicada tarea para quienes lleven la respuesta a Washington.
Tercer tercio. Con el arranque de la Temporada Grande en la Plaza México, el domingo pasado se dio el primer desfile de figuras del ámbito político, empresarial y social en los tendidos del llamado Coso de Insurgentes. Destacó la presencia, entre otros, del Secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, y del cinco veces secretario de Estado y ex candidato presidencial José Antonio Meade.