En tiempos recientes se han presentado muchos cambios en Latinoamérica, estos han tenido dos vías principales: la electoral y la protesta. Los cambios iniciaron con la elección de 2018 en México, en la que ganó Andrés Manuel López Obrador; continuó con el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, el mismo año; siguió con la elección en El Salvador, y el triunfo de Nayib Bukele; en Guatemala con Alejandro Giammattei y recientemente en Argentina, con el triunfo de Alberto Fernández.
Las elecciones son un mecanismo de despresurización contra el descontento social, es la salida que tiene la gente para sancionar a los gobiernos que no cumplieron con su cometido de mejorar la situación en cada país. Los cambios generan esperanzas por un lado y escepticismo por otro, pero ¿qué es lo que pasa cuando este descontento se incrementa y la solución electoral fracasa? El resultado es el surgimiento de los estallidos sociales y las movilizaciones. Ejemplos tenemos en varias partes del continente, el más visible, por la dimensión que tenía de ser un éxito económico es Chile, pero a lo largo del año hemos visto protestas en Ecuador, Haití y recientemente en Bolivia, aunada a la crisis política que se vivió en Perú.
Detrás de las protestas hay un reclamo que varía en función de cada país. Protestas por la falta de democracia, porque no se ha logrado reducir la pobreza, por el incremento de la desigualdad, la falta de oportunidades y la violencia que azota los países. Hay muchas demandas, la mayoría de ellas legítimas. En medio de esto se debaten soluciones y hay una gran incertidumbre entre los tipos de modelos de gobierno que se necesitan para dar respuesta a estas peticiones. A su vez, hay factores que pueden incrementar la magnitud de las protestas, como el volumen de información (y de desinformación) y la velocidad a la que se genera. Además, de tener una gran participación de los medios digitales, especialmente de las redes sociales, que permiten acentuar la polarización en cada país.
Todo esto que estamos viviendo me hace pensar que estamos en medio de un nuevo ciclo en la región. Algunos analistas han mencionado que éste es el fin del neoliberalismo y si bien, aún es pronto para suponer algo así, parece que algo nuevo está surgiendo. Estamos pasando a una nueva etapa, por lo que habrá que voltear a ver una nueva ruta, que no necesariamente tenga que ver con la derecha o con la izquierda, sino con un pragmatismo específico de dar resultados.
Esto es, hacer una nueva política. Un tuit del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, lo resume a la perfección: “Políticos de “izquierda” felices porque en muchos países se cansaron de gobiernos de “derecha”. Piensan que los quieren a ellos de regreso. Ídem con los otros. No se dan cuenta de que la gente los detesta a ambos, por igual. Derecha e izquierda, todos son la misma”. Esos son los modelos políticos que están muriendo, lo que estamos viviendo ahora es esa crisis entre unos y otros, por lo que habrá que buscar soluciones innovadoras para que los gobiernos resuelvan la gran deuda histórica que tienen con la región.
Todas estas experiencias que suceden en América Latina colocan a nuestro país en la posibilidad de hacer un diagnóstico de hacia dónde queremos ir en el mediano y en el largo plazo, así como la hoja de ruta que debemos trazar. Si los actores de la 4T no están a la altura para entender lo que sucede, vamos a tener una frustración colectiva, misma que puede ser una amenaza para que algo más grave ocurra en nuestro país. En medio de todo esto, aún falta el análisis del papel que juega Estados Unidos, que parece estar más al pendiente de su situación interna y sólo vigila su área de influencia para impedir la participación de chinos y rusos, que siempre han tratado de incidir en otros países.
* Arturo Ávila Anaya, presidente IBN/B Analitycs y experto en Seguridad Nacional por Harvard (NIS).
@ArturoAvila_mx