Hablar de la familia LeBarón lleva inmediatamente a pensar en una organización familiar marcada por sus principios religiosos, que admiten la poligamia como una forma de vivir el infierno en la tierra para llegar a la gloria eterna, estilo de vida que recibe críticas de la sociedad.
Lo ocurrido en la frontera entre Sonora y Chihuahua el lunes 4 de noviembre, donde fueron asesinados a mansalva nueve miembros de esta familia, tres mujeres y seis niños, que además dejó cuatro menores heridos, representó para la agencia Notimex acercarse a un modelo de familia donde los fuertes principios marcados por el profeta de los mormones, Joseph Smith, establece una línea que diferencia a este grupo social, del resto de sus conciudadanos en esta zona norteña de México.
Los mormones durante más de un siglo llegar a México desde Norteamérica; los gobiernos de ese país y Estados Unidos dictaron leyes en contra de tener más de una esposa, eso los llevó a buscar tierras donde asentarse y encontraron en Sonora y Chihuahua los sitios propicios para formar sus comunidades.
Adán Langford, hijo de uno de los fundadores de la comunidad de La Mora que se instaló en la zona agreste de la Sierra Madre Occidental, a la cual se accede de Chihuahua por una brecha sinuosa y de Sonora, por la carretera que lleva al municipio de Bavispe, explica que ellos no ven a Francisco Villa como alguien que quiso echarlos de tierras mexicanas.
“El que sí quiso es Plutarco Elías Calles, por lo de la poligamia”, explica al señalar que sus ancestros son mexicanos originalmente, pero tuvieron que irse a Estados Unidos en tiempos de la Revolución, y en los años 40, su padre y hermanos, deciden regresar y compran el rancho La Mora, donde actualmente radican miembros de las familias Langford, Miller y LeBarón, quienes se han integrado como un gran conglomerado.
“Ellos, los LeBarón son como cinco mil, nosotros los Langford apenas somos como 200. Los LeBarón son una familia fuerte, pero aquí en La Mora quienes dirigimos somos los Langford”, aclara.
Esta puntualización queda manifiesta cuando interrumpe una entrevista a Julián LeBarón al término de las exequias celebradas el jueves 7, en el panteón de La Mora, de tres de las víctimas, al afirmar que “nadie se va a ir para Estados Unidos” y que permanecerán en sus tierras porque “nosotros nunca hemos tenido ningún problema con nadie ni con ninguna autoridad”.
Aunque admite que habrá algunas familias que decidan dejar La Mora por los recientes acontecimientos.
De esta familia fueron asesinados el lunes 4 de noviembre, Dawna y sus dos hijos, Trevor Harvey, que en abril cumpliría 11 años, y Rogan Jay, un bebé de un año y nueve meses.
También Christina Langford, que fue sepultada el sábado 9 en la colonia LeBarón en Arteaga, Chihuhua. La joven madre quedó tendida en el camino de terracería luego de salir con las manos en alto a pedir cese al fuego, esa escena es narrada por los niños sobrevivientes de la masacre.
La convivencia durante dos días dentro de la comunidad mormona de La Mora dejó la experiencia de observar de cerca la organización familiar que establece la autoridad vertical del líder sobre el resto de sus miembros.
También la transformación que hacen del paisaje desértico para ponerlo a producir nueces y otros productos como granadas.
La calidad de los mismos es muestra del tesón y el cuidado que le ponen a hacer producir la tierra, dedicación que hacen extensiva a la formación de sus descendientes quienes mantienen un comportamiento ejemplar, donde la honestidad, solidaridad y unión son ejes rectores de vida.
Igual organización se observa en Arteaga, Chihuahua, feudo de los LeBarón. La colonia que lleva su nombre está al final de una carretera donde a los lados se observa el desarrollo y el progreso.
Enormes letras con la palabra LeBarón marcan el límite de las residencias diseminadas en un paisaje transformado por casas de estilo estadounidense, grandes extensiones sembradas, una cortina de hectáreas y más hectáreas de nogaleras, fuente de ingresos de estas familias radicadas en un valle rodeado de montañas.
Los hombres que practican la poligamia sostienen a varias familias con el trabajo físico, sus manos callosas los definen, ese es su infierno en la tierra, están entregados permanentemente a sus tareas, para, al morir, alcanzar la paz eterna.
Sin obviar los sentimientos que afloran al compartir al esposo entre varias mujeres, lo que pudiera ser motivo de conflicto y celos, algo que se mantiene bajo resguardo, según se pudo percibir durante el tiempo que permitieron acercarse a su realidad cotidiana en situación de crisis por el ataque a tres mujeres y sus niños.
MGL