Algo sucede en América Latina que en los últimos meses el denominador común ha sido la inestabilidad política en distintos puntos de la región, aunado a una economía cada día más estancada. Los diferentes modelos -progresistas y conservadores- no han funcionado y este fracaso se ha traducido en movimientos sociales que han tenido expresiones tan lamentables como el episodio golpista de este fin de semana en Bolivia.
Ese punto común, el más obvio por lo menos, es la creciente desigualdad que prevalece en las naciones que, como Chile, Brasil, Colombia o México, eran presentadas hasta hace poco como casos de éxito en la esfera global.
Las políticas de desarrollo en la región han sido claramente fallidas. El crecimiento está ausente desde hace al menos siete años, de acuerdo con la CEPAL, organismo de Naciones Unidas que recientemente revisó a la baja sus estimaciones para el PIB del continente (0.1% en 2019).
La desaceleración del comercio global y la baja de los precios de las materias primas han sido las principales causas de esta realidad. Al evidente estancamiento económico se suma una profunda crisis de representatividad de los distintos gobiernos en América Latina y el Caribe.
Explosiones sociales en Chile y Ecuador, el regreso del peronismo en Argentina, el golpe de Estado en Bolivia, la ultraderecha en el poder en Brasil, una de las peores dictaduras del mundo en Venezuela, el impresentable gobierno en Nicaragua, la ausencia de una transición democrática en Cuba, el paulatino derrumbe del gobierno de Iván Duque en Colombia, la reciente crisis constitucional en Perú y la falta de rumbo ideológico en México son muestra de lo que acontece en el continente.
Los hechos en Bolivia son resultado de las ambiciones dictatoriales del presidente depuesto, de una oligarquía local profundamente racista y de un ejército con una larga tradición golpista.
Evo Morales desafió las instituciones de su país, hizo caso omiso a la voluntad de la mayoría de su pueblo que le pidió no contender por un cuarto mandato y, con la complicidad del Tribunal Electoral, sembró una de las mayores dudas de fraude en los recientes comicios presidenciales.
Bolivia paga el precio de los excesos de un líder autoproclamado como progresista, cuyo ejercicio en el poder se asemejó más a los regímenes dictatoriales que combatió que a la izquierda que pretendió enarbolar.
Segundo tercio. La diplomacia mexicana está de regreso en América Latina. El asilo otorgado a Evo Morales ha sido uno de los principales gestos que la comunidad internacional haya tenido frente a la crisis en Bolivia. Contribuirá, sin duda alguna, a calmar las tensiones. Destaca la complicada labor para sacar de su país al ahora ex presidente tras la negativa de Bolivia, Perú y Ecuador de abrir sus espacios aéreos para que el avión mexicano pudiera sobrevolar esos países. Se podrá estar o no de acuerdo con las políticas del ex mandatario sudamericano y su responsabilidad en estos hechos, pero es de celebrar el retorno de una de las tradiciones más reconocidas de la política exterior, que es el asilo.
Tercer tercio. Nada gustó en el gobierno de la CDMX la corrección pública que hiciera la Embajadora de México en EEUU, Martha Bárcena, a Claudia Sheinbaum, tras un tuit publicado por la funcionaria capitalina en el que se refiere a la crisis en Bolivia.