Qué mejor respuesta a estos tiempos que pretenden simplificar la realidad, limitar cada argumento a prejuicios, esconder todo análisis detrás de generalizaciones y maniqueísmos, que este personajazo.

Es un alemán –y no un italiano, o un latinoamericano, o un africano– el director técnico más emotivo, abrazativo, informal de apariencia, bromista y espontáneo del planeta futbol. Para quienes suponen que todos en su país viven a ritmo de marcha militar, censurando las sonrisas y priorizando la razón por encima del sentimiento, ahí está uno de los germanos más célebres de la actualidad, si no es que el más.

Jürgen Klopp ha conseguido que su Liverpool sea hoy, sin discusión, el mejor equipo del mundo. Futbol de autor, cuando dirigía al Borussia Dortmund y se refirió a su predilección por el futbol en heavy metal, contrapuesto a las lentas sinfonías de toque que otros estrategas buscan. Tormenta de pasión evidente cada que sus huestes saltan a la cancha (ahí sí, muy teutón, ahí el Romanticismo a lo que da).

Al ganar su sexta Champions League modificó una canción que hablaba de sexo para cantar sobre el título seis del conjunto de Anfield. Antes, con el Dortmund, abrió una conferencia de prensa burlándose de que su acérrimo rival, Bayern Múnich, había perdido en otro partido (club al que comparaba con China por sus afanes de comprarlo todo).

Innumerables anécdotas lo confirman como alguien ajeno al orden que impera. Como cuando, en sus inicios, se llevó de pretemporada al humilde Mainz a una isla extraviada en el mar Báltico para que juntos aprendieran a sobrevivir y confiar, a comunicarse y apoyarse. Individuo que no escatima insultos o puestas teatrales, entre cuyas constantes bromas no hace falta escarbar (cuando le preguntan por su aldea natal en la Selva Negra germana, explica que “hace unos años tenía 1,500 habitantes; desde que me fui son 1499”). Figura que brinca de la locuacidad a la solemnidad en un instante. Genio tanto en liderazgo como en dirección técnica.

Desde que la Premier League fue fundada en 1993, el Liverpool nunca se ha coronado. La larguísima espera deberá concluir en mayo. Falta demasiado, no vamos ni a la tercera parte del campeonato, pero su ventaja ya es brutal en puntos y nivel. Lo mismo, es el principal candidato para conquistar la Champions y retenerla.

Klopp pudo aceptar alguna oferta de los gigantes más sólidos cuando dejó el Dortmund, empezando por el Bayern. Lejos de eso apostó por el Liverpool y, con él, por la coherencia: una entidad hecha a su medida, donde los jugadores entienden a quiénes representan y por quién juegan, donde intensidad y sacrificio han de ser automáticos, donde la compleja situación social (lejano al estado de bienestar y la oferta de empleo que presumen otros puntos de la Gran Bretaña) obliga a un despliegue diferente.

Cada que vean a Klopp rompiendo con lo convencional y cediendo a lo visceral, será una buena ocasión para desprenderse de los estigmas: no todo es como la simplificación incita a creerlo, prohibido generalizar.

Twitter/albertolati

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