La Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) inició sus trabajos en 2001, por decreto del entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, hoy Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador.
Desde aquel entonces, la UACM ha estado envuelta en diferentes escándalos de corrupción por desvío de fondos en manos de aquellos que han estado a cargo de ésta, y además se ha señalado que la institución respondía más a la necesidad de crear un espacio donde se pudiese adoctrinar a los jóvenes de la capital de una forma dogmática más que técnica, convirtiéndose en el semillero para la izquierda en la capital.
Después de 18 años de su fundación, los resultados no han mejorado con el tiempo. Se trata de una Universidad que implica gastos superiores para el erario de la ciudad, en promedio, de mil 200 millones de pesos. En estos 18 años, en cambio, sólo nos presenta como resultados aproximadamente cuatro mil 400 egresados, que han costado al presupuesto de la ciudad arriba de 21 mil millones de pesos.
Todo este recurso, basado en dos premisas principales: acceso irrestricto a la Universidad y una matrícula que solo crece por que no hay ninguna directriz que impida que sus alumnos permanezcan ahí inscritos, sin importar el tiempo que tarden en terminar sus estudios o los resultados académicos que presenten.
Con cinco planteles, 17 licenciaturas y siete maestrías, hemos visto año con año como se ha encubierto como proyecto educativo uno de los dispendios con sus respectivos escándalos de corrupción de nuestra ciudad.
Curiosamente, en el último informe entregado por la Universidad al Congreso de la CDMX, plantea como logros académicos, primero, el crecimiento de sus aspirantes que no es otra cosa más que el evidente incremento de la matrícula en las condiciones expuestas en el párrafo anterior.
Su segundo supuesto logro lo marca como la incorporación de sus egresados a programas del gobierno actual, como talleristas y gestores. (sí, lo leyó usted bien). El tercero de estos, y desde mi punto de vista el más loable, su incursión en la oferta educativa al interior de los reclusorios de la Ciudad se México.
A pregunta expresa en la comparecencia, la encargada de despacho señaló que en este proceso de incorporación de sus egresados a empleos que forman parte de los programas de la ciudad, el gran logro se traducía en cien de estos incorporados a la fuerza laboral como talleristas y gestores del gobierno de la ciudad. Esta afirmación no puede más que obligarnos a cuestionar si la máxima aspiración que puede ofrecer la UACM a cada uno de los egresados de sus diferentes licenciaturas es ésta.
Debemos preguntarnos, además, sobre la eficiencia del gasto y si existe proporcionalidad con sus resultados, pues en el presupuesto vemos una institución con poca eficiencia, comparada con los recortes y ajustes que se han presentado en otros espacios de servicio del gobierno de la ciudad y que han implicado que sus ciudadanos se ajusten a esta austeridad que, como se puede apreciar, no demanda el mismo grado de exigencia para unos, como para otros.
En un ejercicio simplista y que parecía más la reflexión de un joven de estudios básicos sin la obligatoriedad de un análisis producido de las circunstancias que han llevado a la UACM a este despropósito, en la misma comparecencia se trató de justificar ante el legislativo con una comparación llana de matrícula contra el presupuesto con otras instituciones, como la UAM o la UNAM, sin advertir que de ninguna manera podrá haber punto de comparación hasta que la Universidad de la Ciudad de México pueda establecer los mismos criterios de excelencia educativa y se base en el mismo piso parejo en cuanto al ingreso, conformación de su matrícula y resultados, pero este ejemplo burdo también nos da con claridad el parámetro para comprender porque la UACM no dejará de ser solo una línea más en el presupuesto que justifique el gasto de mil 200 millones para fortalecer un proyecto político.