@guerrerochipres
El lunes 18 de noviembre, Erick, de 15 años de edad, cambió su destino después de asesinar a una persona.
No cambió el destino del sistema que generó las probabilidades de su acto; tampoco generó potencialidades para que su decisión atropellada y criminal deje de repetirse.
A las diez de la mañana se acercó a las máquinas de cobro que hay en el estacionamiento de Plaza Universidad e intentó quitarle la ganancia al encargado. Éste se resistió. Erick disparó y lo mató. El joven fue localizado al interior de la plaza.
Cinco días atrás, Javier y Alejandro, de 13 y 16 años, respectivamente, asesinaron a un hombre en una taquería de la colonia Del Valle. Al parecer se trató del cobro por dinero que debía como apostador.
No es la primera vez en la que alguien, sin la mayoría de edad, se sumerge en el mundo del crimen.
No ha pasado una década de su detención y aún persiste el recuerdo de Edgar Jiménez Lugo, El Ponchis, el niño sicario, cuyo primer homicidio fue perpetrado a los once años para el Cártel del Pacífico Sur.
Pese a que parezcan constituirse como meras notas rojas, e incluso con datos que intentan una visión más integral, las razones para la integración de un menor en el crimen tienen muchos elementos y lecturas.
El consumo de alcohol, la marginación, la violencia en el hogar, el alejamiento de los padres y el reclutamiento de las células criminales son las mayores causas.
Los sectores con menor oportunidad social son atractivos para la delincuencia organizada. Ahí se encuentra a sus integrantes más vulnerables.
Según información del Tribunal Superior de Justicia de la CDMX, en los últimos cuatro años el narcomenudeo se lleva el segundo puesto entre los delitos con más menores de edad involucrados (714). El primero es el robo y los siguientes son portación de arma y homicidio.
En muchos casos, los jóvenes son utilizados para transportar droga o sólo prevenir ante la presencia policíaca.
El espejismo y la realidad de que las oportunidades no se encuentran en el hogar y de que se hallarán de manos de los reclutadores de los capos, que saben cómo comprarlos, está en el centro de todo diagnóstico.
La señal es clara: nuestros jóvenes necesitan un mayor impulso. En un lustro un niño puede perder toda oportunidad de desarrollo, inocencia, y adquirir la experiencia que quizá no tendría una persona promedio en toda una vida: ser parte de algo relevante, sentido de poder, diversión, exceso, droga, muerte.
Podemos contrastar historias: el domingo pasado, en el extremo opuesto de esta narrativa, Bryan González anotó un gol contra la selección de Brasil; al final México perdió, pero en la Sub-17 hay once menores con una historia de éxito en la que no importan los marcadores.
El deporte y la cultura son el mayor salvavidas ante la seducción y la “oportunidad de una vida diferente” ofrecidas por el narco.
Que tan disponible es la oportunidad para escapar al reclutamiento de la tentación criminal o de la presión abierta de los organismos delictivos es una opción que todos debemos construir.