@guerrerochipres
¿Quién va a definir las nuevas fronteras del narcotráfico y el terrorismo?
Ésa es una pregunta central y que deberá ser respondida con eficiencia conceptual tanto como con asertividad política, respetuosa de la inteligencia del prójimo, es decir de nosotros, ciudadanos atentos a entender la polarización del debate pero renuentes a ser vencidos por la pasión que concita.
Si quien define si el “narcotráfico” debe ser considerado “terrorismo”, por ejemplo, en el caso de nuestra referencia, es el presidente Donald Trump, sabremos que se tratará de algún tipo de construcción político-electoral y propagandista dirigida a fortalecer su posicionamiento en el mercado —que no en “la esfera” de la que hablaba Habermas— de lo público.
Si quienes definen que no es terrorismo son aquellos que pretenden plantear fundamentalmente un tema de soberanía y reivindican, con razón en parte, que se trata de vigilar con todo cuidado político, así como toda la cautela jurídica, las estrategias de “los imperialistas” y “los conservadores”, sabemos que quizá reivindiquen razonablemente un tipo de estrategia presentada como razón ética del Estado nacional.
Pueden estos últimos estar defendiendo, mediante su resistencia a mayor influencia de Estados Unidos, la renuencia a reconocer que el tema de la violencia en el continente está arraigadamente relacionada con el narcotráfico, la enorme impunidad y la falta de definiciones operativas estratégicas claras.
Además de saber que, básicamente, el narcotráfico es una forma de acumulación original brutal, generadora de violencia extrema y de concentración de riqueza y de empleos que no pueden generar los actores convencionales ni los gobiernos y que los Estados Unidos son los principales promotores y beneficiarios, sin que sean los únicos, en la medida en que todos los cárteles de la droga participan de esa violencia y de esa bonanza sangrienta.
Existen aun los ecos de una lejana discusión en Europa detonada por las violencias política y económica relacionada con el establecimiento de los límites fronterizos territoriales de los Estados árabes e Israel desde fines de los años 40: el “terrorista” de unos es el “luchador por la libertad” de otros; eso alcanza hasta a la mitología de los organismos subversivos de las guerras de liberación de África y del que fue llamado en los años 70 el Tercer Mundo.
La frontera se reorganizó y redifinió con la caída del Muro de Berlín, el colapso de la URSS y el atentado al inicio del milenio con las Torres Gemelas, así como con la idea de invulnerabilidad territorial de los Estados Unidos.
“Terrorista” y “narcotraficante” son realidades jurídicas, esto es, conceptos, relativos, política e ideológicamente construidos y sujetos a la interpretación de quien los defiende.
Terminar la impunidad contra los asesinatos organizados por organismos delictivos debe prevalecer. Aprovechemos la ocasión para potenciar las capacidades nacionales de resolver el problema, también desde las fronteras teóricas y operativas.