Útil, como no pocas veces, una frase atribuida a Bill Clinton cuando dejó la presidencia y emergía, a un ritmo de crecimiento sin precedentes, una nueva potencia en Asia: “Es muy difícil decir que no a China”.

Y entonces dos personajes del medio deportivo tuvieron la osadía de hacerlo. Meses atrás, un dirigente de los Rockets de Houston (para colmo, el equipo consentido en ese país, dado que Yao Ming jugó ahí) en un tweet a favor de las protestas en Hong Kong. Esta semana, el mediocampista Mesut Özil, criticando la represión de los habitantes del llamado Turkestán Oriental, esa región conocida en mandarín como Xingjian, en la que unos 14 de millones de musulmanes tienen prohibidos su religión, idioma y cultura; muchos enviados a campos de reeducación en los que se pretende desprenderlos de todo vestigio de su tradición, como sucedió a Erfam Hezim, futbolista profesional de esa etnia, la Uigur.

De ninguna forma resulta un tema nuevo. Los uigures fueron los únicos que se atrevieron a atentar contra el intocable Estado chino durante esos Olímpicos de Beijing 2008, de antorcha marcada por las protestas que visibilizaron el sometimiento de otra área, el Tíbet. Mientras que las demás agrupaciones disidentes lograron ser silenciadas en el momento que mayores reflectores y cámaras atrajo a China, extremistas de ese rincón del país (fronterizo con naciones como Kazajstán y Afganistán) sí perpetraron atentados en plenos Juegos.

En el caso de la crisis con la NBA, el régimen chino determinó cortar de manera inmediata su relación con esa liga; quemas masivas de uniformes, interrupciones de millonarios contratos televisivos y la mofa de Donald Trump ante las declaraciones vacilantes de personajes críticos hacia su administración como el entrenador de Golden State (“Veo a este tipo, Steve Kerr, que aparece como un niño pequeño, estaba temblando, no podía responder una pregunta. ´Oh, oh, oh, no sé, no sé…´, pero él habló muy mal de Estados Unidos. Veo a Popovich y es más de lo mismo. Hablan mal de Estados Unidos, pero de China no dicen nada malo”).

En tanto, tras el mensaje de Özil denunciando que en Xinjiang “se queman los Coranes, se destruyen las mezquitas, se prohíben las escuelas islámicas, se mata a los académicos religiosos y los uigures son enviados por la fuerza a los campos”, la televisión china canceló la emisión del partido de este domingo entre Arsenal –donde milita el mediocampista turcogermano– y Manchester City. De inmediato, el equipo londinense siguió el paradigma planteado por Clinton y emitió un comunicado distanciándose del posicionamiento del jugador.

Dos días antes, el defensa del mismo club, Héctor Bellerín, había posteado un insulto en contra el primer ministro Boris Johnson, sin reacción de su directiva. ¿La diferencia? En esencia, dos: el dinero que pierde una institución de afición y ventas multinacionales si el ginante chino le da la espalda; la reacción del atacado, porque Boris Johnson (como Donald Trump) pueden bramar y contragolpear, mas eso no cortará una tajadota del negocio de la entidad deportiva.

Ahora que si molestan a China, pregúntenle a Clinton, quien lo descubrió habiendo sido el hombre más poderoso del planeta y hace un par de décadas, cuando esa potencia no tenía ni remotamente los alcances actuales.

Twitter/albertolati

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