@guerrerochipres
No habría jóvenes “mártires” si, en primera, no hubiera riesgo prematuro de quitarse la vida. No habría un grupo de personas frágiles en cuanto a su salud mental, si no existiera una presión social constante e inquisitoria de cumplir ciertos estándares en diferentes espacios: en el trabajo, con la familia, en la escuela.
La decisión de los estudiantes itamitas de realizar un paro de labores para exigir mayor salud mental en su comunidad educativa responde a una realidad preocupante e innegable. Aún cuando una parte de la población, que habla desde el conservadurismo y la falta de empatía, trate de minimizarlo.
En nuestro país, las tasas más altas de suicidio se concentran en la población joven. En los varones de 20 a 24 años hay 16.1 suicidios por cada 100 mil habitantes, en el caso de mujeres, la cifra es de 3 decesos por cada 100 mil habitantes. Mientras que en el grupo etario de 24 a 29 años, hay 14 suicidios consumados por cada 100 mil habitantes realizados por hombres, y 2.7 que son de mujeres.
Entre las causas que se presentan en este grupo están problemas familiares, amorosos, depresión, ansiedad, abuso de alcohol y uso drogas. Pero también lo son las presiones laborales y escolares.
La Organización Mundial de la Salud define a la salud mental como un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, trabajar de forma productiva y fructífera, y es capaz de hacer una contribución a su comunidad.
La misma organización revela que, en el mundo, una persona se suicida cada cuarenta segundos. En lo que leíste este fragmento de texto, alguien ya perdió la vida al sentirse derrotado por la misma.
El 11 de diciembre, una estudiante de la carrera de Derecho y Relaciones Internacionales del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) se suicidó. La noticia se dio a conocer junto a las declaraciones de compañeros que atribuyeron el suicidio a la presión académica del Instituto.
Yo he tenido el honor de ser profesor en dos universidades, el Tec de Monterrey y la Universidad Iberoamericana. Al estar frente a un grupo, uno descubre sus virtudes pero también sus vicios y errores: exigir igual sin comprender que existen distintos tipos de estudiantes es uno de los más comunes. Lo digo por experiencia.
Los suicidólogos lo tienen muy claro: todos aquellos que se encuentran en situación vulnerable ante este riesgo dan señales de alerta. Todos. El problema es que no siempre quienes se encuentran en su círculo cercano las detectan a tiempo.
No, el suicidio no es un problema de ITAM. Pero el caso de Fernanda nos confronta de golpe con este riesgo silencioso. Lo que pasa en el ITAM puede estar latente en cualquier universidad, en cualquier hogar, en cualquier ciudad.
Proteger la vida de toda persona, mediante la prevención, la atención y la escucha activa, debería ser una preocupación principal, antes que el motivo de por qué alguien llega a tan drástica decisión.