Fue en una plática de café. La charla giró en torno a los hijos, los riesgos que corren cuando circulan por las calles de la ciudad y la necesidad de tomar precauciones cuando salen por las noches. Coincidimos que en nuestros tiempos de juventud uno de los mayores peligros se centraba en los accidentes provocados por los excesos de alcohol y la forma en los que éstos se habían reducido con la aparición del alcoholímetro.
“Las cosas ya no son iguales, el alcoholímetro ya no es lo mismo”, dijo con cierta preocupación mi amiga. Relató lo sucedido una noche cuando salió de un restaurante japonés de la zona de Las Lomas de Chapultepec. Había estado con unas compañeras de trabajo, cenó poco y bebió un par de ginebras.
Al término del encuentro, consideró que la cantidad ingerida no representaba un exceso. Tomó su automóvil para regresar a su casa y en el camino, se encontró con un operativo de revisión de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México. Confiada en que nada sucedería, accedió a la prueba de alcohol. Para su sorpresa, el nivel permitido había sido sobrepasado, por muy poco, pero lo suficiente para que se iniciara el proceso administrativo en su contra.
Los encargados del operativo le pidieron presentar sus documentos y estacionar su coche. De inmediato, uno de los oficiales que formaban parte del operativo se acercó a ella para informarle lo que procedía: levantamiento de su auto y traslado al Centro de Sanciones Administrativas y de Integración Social, conocido como El Torito.
“No se preocupe señora”, dijo en tono amable el agente que se le acercó para dialogar cuando ella ya había salido de su vehículo. Tras ofrecerle un arreglo mediante el pago de dos mil pesos, rápidamente fue eximida de continuar con el proceso.
La anécdota sale a colación tras la publicación en el diario Reforma de un caso similar y de la reciente remoción del titular del programa Conduce sin Alcohol, puesto en marcha por el Gobierno capitalino en 2003.
No cabe duda que se trata de una de las medidas administrativas más eficaces que han sido implementadas para reducir el índice de accidentes provocados por el exceso en el consumo de bebidas embriagantes. De acuerdo con cifras del propio Gobierno de la Ciudad de México, en un corte a 2017, este programa logró reducir en un 43% el promedio de incidentes viales generados por el alcohol y en 60% el nivel de mortandad por la misma causa.
Más allá de la credibilidad de nuestras autoridades, lo que está en juego es la vida de nuestras familias. Preservar este programa que ha sido ejemplo a nivel nacional será uno de los mejores legados que pueda dejar la nueva administración capitalina.
Segundo tercio. Mi amiga infractora contó lo anterior apenada por su forma de resolver el problema. Quienes escuchamos la anécdota no dejamos de increparla por haber contribuido a lo que todos queremos combatir.
Tercer tercio. Bien recibido en todos los sectores el incremento de 20% en los salarios mínimos. Difícil estar en contra de esta medida.