Foto: Pixabay Las escenas que se pueden ver en el porno, como ocurre con las sustancias adictivas, son desencadenantes de hiperestimulantes  

La pornografía siempre ha existido y a través de la historia, se ha ido transformando con la evolución de los medios.

Por ejemplo, en las ruinas de la ciudad romana de Pompeya, sepultada tras la erupción del Vesubio, se encontraron cientos de frescos y esculturas sexuales explícitas.

Desde la aparición del internet, el consumo pornográfico ha llegado a niveles exorbitantes. Pornhub, la web de porno gratuito más grande de la red, recibió más de 33 mil 500 millones de visitas sólo en 2018.

Si bien la ciencia apenas comienza con las primeras investigaciones de las consecuencias neurológicas que puede provocar el consumo porno, está claro que la salud mental y la actividad sexual de su amplia audiencia están experimentando efectos negativos, entre los que se puede identificar la depresión y la disfunción eréctil.

A largo plazo, la pornografía puede provocar disfunciones sexuales, especialmente en forma de incapacidad para conseguir erecciones o para alcanzar el orgasmo al mantener relaciones sexuales, de igual forma, el grado de satisfacción con la relación y el compromiso con la pareja pueden verse afectados.

Algunos científicos han establecido la similitud entre el consumo de pornografía y el abuso de sustancias. El diseño evolutivo hace posible que el cerebro responda a la estimulación sexual liberando dopamina, un neurotransmisor que está presente en diversas áreas del cerebro y que es especialmente importante para la función motora del organismo.

Esto significa que cuando el cuerpo quiere, comida o sexo, el cerebro recuerda lo que debe hacer para obtener el mismo placer que en ocasiones anteriores y en lugar de dirigirse a su pareja para lograr una gratificación sexual, los consumidores habituales de porno recurren a éste para su satisfacción.
“La pornografía satisface cada uno de los requisitos previos para el cambio neuroplástico. Cuando los pornógrafos se jactan de que están yendo un paso más allá al introducir temáticas nuevas y más fuertes, obvian que deben hacerlo porque sus clientes están desarrollando una tolerancia al contenido habitual”, explicó el psiquiatra Norman Doidge.
Las escenas que se pueden ver en el porno, como ocurre con las sustancias adictivas, son desencadenantes de hiperestimulantes que producen una secreción antinatural de altos niveles de dopamina.
Otro de los hallazgos del estudio refiere a la necesidad de un consumo cada vez mayor, incluso aunque no disfruten lo que ven.  Esta desconexión entre lo que desean, lo que les gusta es una de las características distintivas de la desregulación del circuito de recompensa.
Expertos del Instituto Max Planck de Berlín descubrieron que al elevar el consumo de porno en un sujeto éste se estimula menos al ser expuesto a imágenes pornográficas, lo cual explica por qué los usuarios exploran gradualmente tipos de pornografía cada vez más alejada de la habitual.
Se ha relacionado el consumo porno con el desgaste de la corteza prefrontal, la parte del cerebro encargada de la función ejecutiva, que comprende la moralidad, la fuerza de voluntad y el control de los impulsos.

Con información de medios

 

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