Visto su vacío y nostalgia, lo que el Barcelona necesitaba no era un cambio de director técnico sino el mismísimo DeLorean de la película “Volver al futuro”. Y es que, más que un nuevo proyecto desde el banquillo, lo que su directiva pretende es viajar en el tiempo e instalarse una década atrás, cuando el equipo ganaba cuanto título emergía a su paso con el juego más preciosista.
Una etapa de semejante impacto que, tantos años y ligas conquistadas después (para no ir muy lejos, las dos más recientes), se sigue deseando el retorno a ese Edén: donde las cabras pastaban, los niños reían y el Barça jugaba al más dinámico monopolio de la pelota.
Mala noticia para los blaugranas, lo mismo que para todos quienes persiguen paraísos perdidos, no existe vuelta al pasado, lo que fue en el equipo del sextete de Guardiola ya no será. Porque, por ponerlo en términos de la filosofía de Ortega y Gasset (el famoso “yo soy yo y mi circunstancia”), no se puede hablar de los equipos sin considerar sus circunstancias. Y la más primordial de las circunstancias en el futbol son los jugadores. Donde antes estuvieron a plenitud, Xavi, Iniesta, Villa, Pedro, Dani Alves, los propios sobrevivientes Sergio Busquets y Gerard Piqué ahora distantes de aquellas versiones, hoy hay otros con otras condiciones. Incluso el Messi actual es diferente a aquel, imposible exigirle la inmutabilidad a la par de sus centenas de goles y genialidades.
Ernesto Valverde, personaje que llegó avalado por su consigna de poseer el balón y ornamentar el campo con él, acaso ha terminado jugando así tras entender que con el actual plantel ese resultaba el camino más certero hacia la victoria. Hoy es despedido con sus pupilos como líderes del torneo local, clasificados como primeros de grupo en la Champions League y tras haberse impuesto en las dos ligas a su cargo. Lo que confirma que no se le ha echado por la reciente derrota en la Supercopa o por la pobre imagen ofrecida cuando recibió al Madrid (lo que no se tradujo en perder el cotejo). Valverde se va porque desde que el Liverpool le eliminó de la Champions con aquel 4-0 en Anfield, ya no se creía en él. Entonces no se atrevió la directiva a hacer lo que consideró pertinente, posponiéndolo para cuando no lo es: tan impertinente como vulgar en operación y modales.
En el fondo, esto obedece al no reconocer que lo del equipo de Guardiola difícilmente tendrá paralelo. La cantera blaugrana, entonces vendida como la panacea de este deporte, generó una camada irreplicable; agotada la misma, apenas produce un talento relevante cada dos o tres años. El modelo Barça (ADN decían por entonces, queriendo garantizar que se perpetuaría como si ya corriera por los genes de la institución) puede ser perseguido, aunque no por mucho hacerlo se reproducirá en automático. Luis Enrique, otro hijo de la casa, ya se alejó de él y apostó por cierto pragmatismo.
Una receta de cocina es exitosa por sus ingredientes y cierto orden del que carece la caótica directiva barcelonista. Una receta de cocina no funciona por mera voluntad.
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