Alonso Tamez

En 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, la Oficina de Servicios Estratégicos (el embrión de la CIA) del gobierno de Estados Unidos, encargó al profesor de Harvard y experto en psicoanálisis, Walter C. Langer, un perfil psicológico de Adolf Hitler.

 

En los años 70, este documento fue desclasificado y hoy cualquiera puede revisarlo en el sitio de la CIA (https://bit.ly/2G4r1hd). Como ya se imaginaran, es muy interesante para entender mejor el proceso mental de alguien tan destructivo y manipulador (además de que, por ejemplo, el reporte predice correctamente que se suicidaría).

 

Algunas declaraciones atribuidas a Hitler que Langer y sus asistentes pudieron recopilar en su investigación, que incluyó entrevistas a exmilitantes nazis presos en Estados Unidos, muestran el tamaño del delirio: “Yo no puedo equivocarme. Lo que hago y digo es histórico”; “¿Te das cuenta de que estás en presencia del alemán más grande de todos los tiempos?”; “Si la voz (sic) habla, entonces ya sé que llegó la hora de actuar”.

 

Otros dos puntos del reporte destacan como lecciones políticas atemporales para gobernantes y gobernados. Reglas, pues, que ya deberíamos haber aprendido, pero que seguimos sin absorber. La primera es como Hitler resolvía problemas. Según Langer, en esta materia, su mente “operaba en reversa” de lo que sería deseable en un líder.

 

En lugar de basarse en datos y evidencia para después sopesar las probabilidades de éxito de un plan, el dictador imponía una solución sin antes probarla, y después “comienza a buscar hechos que prueben que (su solución) es correcta”, yendo de lo “emocional a lo fáctico”, y no al revés. Esto, sumado a un abierto desdén de Hitler por la formación académica (“de importancia secundaria”) y los expertos (“bribones insolentes” sin “ningún instinto en forma”), hacían del austriaco un maestro en engañarse a sí mismo.

 

La segunda lección es huir de líderes sin humildad. Las reglas retóricas de Hitler, según el texto, eran “nunca admitir una falta o un mal; nunca conceder que puede haber algo bueno en tu enemigo; nunca dejar espacio para alternativas; nunca aceptar la culpa”. Y esta soberbia, tal parece, era impulsada por la idea de que “la gente creerá una gran mentira antes que una pequeña; y si la repites con suficiente frecuencia”, se normalizará.

 

Muchos políticos mexicanos recurren, por estrategia o convicción, a solo considerar evidencia o gente que apoye sus ideas; y a no adscribir rasgos positivos o legitimidad fuera de su movimiento. Ya nos quedó claro que ambas son conductas destructivas. Lo que al parecer aún no resolvemos es qué hacer cuando las tenemos enfrente.

 

@AlonsoTamez

 

DAMG