Ha sido un año intenso para nuestro Primer Mandatario, no sólo por todo lo hecho, ese desmantelamiento del neoliberalismo satánico, sino porque ha sido un año lleno de escenas, momentos, estampas impagables de dignidad presidencial, de enaltecimiento institucional. Un año de “cuidar la investidura”.

Empezó con un ritual en el Zócalo, ¿se acuerdan?, entre humos y percusiones, que desafió las interpretaciones fifí de lo que debe ser el Estado laico con lo que el Gobierno recién instituido llamó una ceremonia propia de los pueblos originarios, y Bernardo Barranco y Roberto Blancarte, en su libro AMLO y la religión, una ceremonia new age tipo temazcal en casa de San Ángel (la analogía no es suya, aclaro).

Desde entonces, día con día, viaje con viaje a las entrañas de la patria, mañanera con mañanera, no hemos parado con este permanente dignificar nuestra democracia, con este cotidiano tirar al basurero de la historia los disparates de Fox o Peña.

En riguroso desorden, podemos recordar lo del trapiche. Si el pobre caballo no estuviera tan en los huesos, podríamos usarlo para una estatua ecuestre de nuestro patriarca, o para un cuadro que podría llamarse, digamos, “El triunfo de la democracia”, con el Presidente cabalgando hacia el futuro, las riendas en una mano y la Cartilla Moral en la otra.

Está ese momento en que nos recomendó “cuidarnos” y comer verduras.

Está la rifa del avión.

Está la inauguración de esa carretera que luego de un año tenía ocho kilómetros construidos, pero eso sí: por la comunidad. Quién quiere estar comunicado cuando casi puede recuperar el ritmo de construcción de los antiguos egipcios.

Está lo de irse a Oaxaca el día en que el Cártel de Sinaloa ocupó Culiacán, con el video de los chavitos de una escuela cantando una canción a su mayor gloria. Usó un vuelo comercial, sobra aclararlo.

Está el milagro semanal de la multiplicación de las barbacoas.

Está lo de fotografiarse con una corona y/o collar de flores en cada comunidad.

Está lo de, el mero día de la Lucha Contra la Corrupción, hacerse acompañar por el licenciado Bartlett.

Y está lo de decirle a los padres de niños con cáncer que tienen un comportamiento “lamentable”, y además echarle la culpa del desabasto de medicinas al director del hospital infantil.

Eso es dignidad.

Lo que sería un espectáculo indigno es reunirse con Javier Sicilia y los Le Baron en Palacio Nacional. No, carnales: la investidura hay que mantenerla cuidadita. Lavada y planchada, qué chingaos.

                                                                                                                             @juliopatan09