The Economist publicó su clásico Índice de Democracia para el 2019. Desde 2006 determina, en una escala de 0 a 10 (10, lo más democrático), si un país es considerado “democracia plena”, “democracia defectuosa”, “régimen híbrido” o “régimen autoritario”.
De 165 países analizados, 22 resultaron “democracias plenas” como Alemania y Costa Rica, comprendiendo el 5.7 % de la población global (2018: 20 países; 4.5 %). Otros 54 entraron en “democracias defectuosas” como EE.UU. y México, abarcando el 42.7 % (2018: 55, 43.2 %). Por otro lado, 37 países, entre ellos Ucrania y Bolivia, se catalogaron como “regímenes híbridos”, gobernando al 16 % del planeta (2018: 39, 16.7 %). Y 54 fueron “regímenes autoritarios”, esclavizando al 35.6 % (2018: 53, 35.6 %).
La conclusión general, a pesar de una mayor población viviendo en “democracias plenas”, es inequívocamente negativa. Según el semanario, “en 2019, el puntaje global promedio cayó de 5.48 en 2018 a 5.44, el peor resultado desde que comenzó el Índice (…) en 2006”. Esto se debió, en buena medida, a la caída en puntajes de varios países latinoamericanos, incluyendo México (de 6.19 a 6.09), y del África subsahariana.
Entre las razones que menciona The Economist, destacan tres: el no incluir a la gente, en algún formato, en las “grandes decisiones”; una brecha creciente entre las cúpulas de los partidos tradicionales y el electorado; y una disminución de libertades civiles, incluyendo mediática y de expresión (especialmente en Asia y Latinoamérica).
Si bien 4 de las 5 categorías (“procesos electorales y pluralismo”; “libertades civiles”; “funcionamiento del gobierno”; y “cultura política”) que evalúan han caído de manera consistente a nivel global desde 2008, la de “participación política” es la única que ha mostrado un aumento en este periodo. Ello refleja el intento de las sociedades por cambiar la realidad y no conformarse, y qué bueno, porque para eso es la política.
Estudios recientes (https://pewrsr.ch/2Rp6KJX, https://pewrsr.ch/2GkvU61, etc.) han demostrado que la gente prefiere la democracia a otros sistemas, pero está muy poco satisfecha con su funcionamiento. En mi opinión, el mensaje no puede ser más claro: es hora de entrar en una fase de prueba y error, pensando en los grandes déficits.
¿Cómo involucrar a más en las decisiones sin caer en la demagogia? ¿Facilitar el crear y suprimir partidos para que se reflejen más rápido los cambios sociales? ¿Limitar el financiamiento a partidos a solo pequeñas contribuciones individuales? ¿Apurar el voto electrónico para habilitarlo a distancia y, por ende, hacerlo obligatorio? ¿Prohibir o transparentar radicalmente el cabildeo de las empresas?
Detrás de miles de preguntas así hay un puñado de respuestas que le darán al sistema democrático algunas décadas extra de vida. Y después, como con todo lo que buscamos conservar, tendremos que repetir el ciclo de prueba y error, una vez más.
@AlonsoTamez