@guerrerochipres
Liderazgos reales y simbólicos detrás de la Caminata por la Verdad, la Justicia y la Paz —tanto el poeta Javier Sicilia como los hermanos Adrián y Julián LeBaron— provienen de experiencias donde la violencia cruza a la sociedad civil. Experiencias nacionales enfrentadas rebatiblemente por Felipe Calderón cuando radicalizó la conversión del territorio en zona de guerra propiciando tanto aciertos como desatinos, injusticias y barbaridades, así como protestas nuevas, necesarias y justas.
El Presidente actual lo sabe —desde hace años hay una crisis sistémica a nivel nacional— y tuvo la pertinencia de reprobar los ataques contra la caravana.
En junio de 2004 más de 200 mil personas marchamos vestidas de blanco y exigimos un alto.
En ese entonces, Andrés Manuel López Obrador descalificó la marcha de “pirrurris”, pero luego recapacitó y como jefe del Gobierno capitalino, respaldó, con empresarios y activistas de diversas procedencias, el germen de lo que el 22 de febrero de 2007 se convertiría normativamente en el Consejo Ciudadano para Seguridad y Justicia, ya en la administración de Marcelo Ebrard.
Tres lustros después de aquella marcha, con una movilización también dolorosa y apremiante en puerta, las prioridades nacionales han cambiado. Y también el poder relativo de AMLO y de quienes, en justificación democrática, quieren constituirse como oposición.
La violencia y sus afectaciones hacia ciertos sectores vulnerables: las mujeres y los niños, persisten. Hoy sabemos que los menores son un blanco vulnerable para el crimen organizado y que las raíces de la violencia de género son profundas y deben arrancarse con fuerza.
Al mismo tiempo, existe una construcción política del problema, como es previsible e inevitable.
A un mejor trayecto y atención de la marcha de este fin de semana habría contribuido que quienes encabezan ahora, especialmente los varones de la familia enlutada de Chihuahua, hubieran recibido en el norte del país la visita del presidente López Obrador.
Al omitir reunirse con él, teniendo su visita y el acercamiento nuevamente muy a la mano, prefirieron distanciarse. Participan, además de buscar justicia ante el gigantesco, repudiable e inadmisible luto que han sufrido, en la política.
No es que AMLO actúe en reprimenda, omitiendo la probabilidad de la fotografía ante “el show” pero es inevitable que, con todo derecho, el Presidente haga política también y evite reunirse con quienes desatendieron su llamado para hacerlo en aquella ocasión.
Si las prioridades y los datos que hoy arroja la violencia no son los mismos de hace 15 años, las estrategias estándar, ya caducas, evidentemente no pueden seguirse perpetuando, lo cual también sabe el Ejecutivo.
Sabe, además, que el tema es tan complejo que se requieren en la agenda otros asuntos solucionables.
La omisión de la relevancia autoatribuida de los marchistas, cuyo número e intención está muy disminuido en relación con el 2004, no retira valor a la causa pero sí ubica en una dimensión distinta la probabilidad de sus escalamientos como interlocutores dinámicos.