Ana Lucía Salazar, víctima de violación por un sacerdote de los Legionarios de Cristo, reprobó la actitud de la Iglesia católica en el encubrimiento que mantiene de pederastas, pese a la contundente evidencia de abuso sexual que existe.
La también locutora de radio puntualizó que durante décadas y hasta la fecha, los altos jerarcas de la institución religiosa han preferido proteger a sus curas que a los infantes, dejando a estos últimos en la indefensión.
Refirió que el sacerdote Fernando Martínez, quien entre los años 1991 y 1992, abusó de ella cuando tenía ocho años de edad, es un ejemplo de la impunidad y la protección que reciben estas personas dentro de la Iglesia, pues el papa Francisco le aceptó su jubilación sin castigo alguno.
“Cuestiono a la institución católica y creo que no son dignos de representar a la figura de Dios, en todas sus áreas, no lo son, empezando desde el mismo papa Francisco que en lugar de castigar a Fernando Martínez como debía, le aceptó su jubilación y le dio permiso de vivir como millonario con los Legionarios de Cristo.
“Eso me da a entender que no valgo nada para la Iglesia y que los niños violados no somos nada para la iglesia, pues lo que les importa es resguardar a sus pederastas”, dijo.
Ana Lucía describió que la violencia sexual comenzó poco después de su llegada al Instituto Cumbres de Cancún, ciudad a la que se mudó con sus padres desde Monterrey.
“Para mí, él era una persona admirable, importante, con la que yo me quería congraciar porque era un sacerdote, alguien relacionado con Dios y para mí el tu dedicarle tu vida a Dios, era una virtud que muy pocos tienen; era mi guía espiritual”, refirió sobre Fernando Martínez, quien también era director de la escuela.
Narró que su maestra Aurora Morales, la sacaba del salón para mandarla a la oficina de Martínez, “porque este señor le decía que la llevara”. Al llegar, Ana Lucía se encontraba con el personal de administración que siempre calló ante el desfile de niñas que, minutos más tarde, salían con lágrimas.
No conforme con los ataques en su oficina, el sacerdote pidió a Ana Lucía que fuera su ayudante en la capilla, “como le iba a decir que no al padre, pues todos decían que no había mayor honor que el sacerdote te eligiera para ayudar en cosas de Dios”.
“Después de que lo ayudaba a recoger todo, él aprovechaba y en la parte de atrás en donde guardaba las hostias y el vino para consagrar, ahí me violaba, en ese lugar donde guardaba su túnica de sacerdote me decía: ‘no estamos haciendo nada malo, porque Dios está aquí con nosotros y nos está viendo’”, contó.
Frase
“La iglesia tiene muchos fantasmas en sus paredes, muchos gritos de niños aplastados por la violencia sexual de los curas; hay mucha impunidad y mucho dolor encerrado.
LEG