El que almuerza con la soberbia cena con la vergüenza
Gabriel García Márquez
Están generalmente a la defensiva, reaccionan con rabia y vergüenza a la crítica, nunca aceptan sus errores o llegan a hacerlo solo porque le sacarán partido a la admisión, son muy susceptibles, propensos a la ira, no toleran nada bien la frustración, se toman todo a personal y “a pecho”, frecuentemente desprecian a los demás, descalifican a quienes no están de acuerdo con ellos y actúan con despotismo y arrogancia, que puede estar disfrazada de una falsa humildad. Son los perfectos autócratas, comenzando por sus hogares, y generalmente los falsos mesías, esos que van ofreciendo salvaciones intangibles o soluciones simplonas y aconsejándole a los demás qué hacer para resolver sus problemas.
Hablo por supuesto de los soberbios. Todos conocemos uno, todos somos uno, en mayor o menor medida. No tenemos que presentar todas esas características, aunque hay quien lo hace y a la máxima potencia, en cuyo caso hablamos ya de un narcisista.
La soberbia, dice el Diccionario de la Real Academia Española, es “altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros. Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás”. En este último rasgo encontramos la “excesiva complacencia en la consideración de las propias facultades u obras”, es decir, el narcisismo.
La soberbia siempre es una defensa del ego que no se siente a la altura de otros o que, en el otro extremo, tiene una idea desmedidamente alta sobre sí mismo. Ambos tipos de personalidades se sentirán atacadas ante la crítica, pero reaccionarán de manera diferente. Ambas se sentirán ofendidas, pero la primera tratará de complacer a toda costa. Es la que se cubrirá de falsa humildad. La segunda tenderá al despotismo liso y llano.
El primer tipo de soberbia, como ya habrá adivinado, es muy peligrosa, pues quien no se siente a la altura de otros siempre tendrá la intención de manipularlos, para salirse con la suya y colocarse por encima de los demás. Es el que mentirá, prometerá, será uno en la vida pública y otro en la privada (más cercano en este caso al soberbio que se siente “divino”); es decir, tendrá una doble moral. Acusará fácilmente a los demás de los problemas porque, como buen soberbio, no acepta sus errores a menos que eso le reditúe algo, como una mejora de su imagen.
El soberbio con complejo de inferioridad pasará siempre como una persona llena de virtudes, como la paciencia, la moderación, la tolerancia; mientras el soberbio con complejo de superioridad parecerá siempre lo que es: arrogante y déspota. Es el que le hará el berrinche al mesero, al policía en la vía pública, al cajero, etc. O sea, los típicos “lord” y “lady” de las redes sociales.
En el fondo de ambos soberbios hay siempre lo mismo, un niño asustado, dolido y con mucho miedo. Inmadurez. Pero estas manifestaciones separadas, según los tipos de personalidad, son importantes por su impacto en las relaciones personales o sociales.
La soberbia es una conducta que todos presentamos, aunque sea en un mínimo grado. Compararnos constantemente con otros para sentirnos superiores es simplemente soberbia. Y todos lo hacemos, todos los días, aunque no nos percatemos de ello, porque necesitamos reafirmación.
Cuando la gente no se conoce a sí misma, no sabe su valor, un poco de poder da suficiente soberbia y mucho da mucha. El problema es que la soberbia envenena y destruye todo lo que toca, desde una relación amorosa hasta la economía de un país. El otro problema es que tiene un costo inevitable, irreductible y altísimo: del tamaño de nuestra soberbia será nuestra soledad y la humillación que la vida nos devuelva.
Si queremos sentirnos valiosos, hagamos a los demás sentirse valiosos, porque siempre recibimos lo que damos. Por algo decía Charles Dickens que la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes.
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