Asunto inevitable el que las estrellas se transformen en patriarcas en su respectivo club. Como si antes no hubiera existido nada, como si se dudara de que haya futuro después, a mayor dimensión del astro más su capacidad para trascender en su persona a la institución.
El Barcelona pasó una semana en vilo tras hacerse pública la molestia de Lionel Messi por las declaraciones de su director deportivo, Eric Abidal. No es común que el 10 blaugrana utilice sus redes para defenderse o contraatacar, de inmediato se plantearon dos consecuencias: la primera, el posible despido del ex futbolista y hoy dirigente (algo así como la vieja expresión de, “a quién hay que correr”); la segunda, el pavor a que se decida marchar al terminar la temporada, recordando que dispone de una cláusula sin precedentes a este nivel, con la que es libre de irse cuando guste y a donde guste.
Más allá de que Messi argumentó espléndidamente su molestia y de que ya es hora de que la directiva del Barça asuma la responsabilidad de sus desastres, se reiteró una noción cada vez más evidente: la dependencia cada vez mayor de un club respecto a su principal crack. Visto el pánico que se desató, nadie duda que Messi tiende a imponer su voluntad con sólo amagar con su partida.
Tampoco algo nuevo. En los años sesenta, Pelé llegó a disfrutar de plenos poderes en el Santos. Épocas en las que se jugaban en nuestro país torneos amistosos a los que acudían grandes cuadros sudamericanos, alguna vez los futbolistas mexicanos pidieron a sus rivales del Santos que no se ensañaran en el marcador. La respuesta fue que nada podían hacer si Pelé se enojaba o ponía exigente, que bastaría con que los notara poco aplicados o un tanto sobrados para relegarlos a la banca, incluso para ser transferidos.
Lo mismo, Diego Maradona llegó a tener mano para armar el Nápoles del que fue símbolo. Presionar al dueño para que trajera a cierto delantero, para que apuntalara determinada línea, hasta que el Nápoles se deslindó permitiendo su caída en desgracia.
Por liderazgo que ejerza algún mariscal de campo o pícher, es difícil imaginar semejante poder de un jugador en los deportes estadounidenses.
En el Barça como en la selección argentina, Messi ha pasado de jugar en el equipo a convertirse en la personificación misma del equipo. Difícil, a la vez, limitarle. Difícil después de tantos cientos de goles y tantas jornadas salvadas por su genio.
El caótico club Barcelona se ha sostenido de los éxitos de su equipo por años. En su vacío de sentido común y coherencia, del FC Club se ha transformado en FC Crack.
Twitter/albertolati