Hoy no necesitamos más información, sino más conocimiento
Javier Martínez Aldanondo

Los flujos de datos son, en la era moderna, marcada por la tecnología de cabecera, más abundantes que nunca. Vivimos en un mar de información con la cual no sabemos qué hacer, campo fértil para los manipuladores. Incluso hay una conocida frase que dice: quien tiene la información, tiene el poder, atribuida a varios autores.

Sin embargo, la información por sí misma, y en exceso, como ahora en día, no produce más que confusión, a menos que sepamos qué hacer con ella, es decir, que la convirtamos en conocimiento mediante el tamiz de la experiencia y la razón, porque, efectivamente, estos términos no son sinónimos, y a los únicos que les conviene que los entendamos como tal es… justamente a los manipuladores.

Tan cree la humanidad que tener información sobre algo es conocerlo, que a lo largo de la historia se ha cambiado el término de la famosa frase, que originalmente es: “el conocimiento es poder”, dicho por Francis Bacon.

La información es solo un cúmulo de datos organizados que se olvida y caduca pronto si no la utilizamos para tomar decisiones y actuar, es decir, adquirir experiencia, previo proceso de razonamiento a través del cual juzgaremos si tal información tiene posibilidades de ser lógica, válida y sólida, como para formar criterios, creencias y culturas.

Cosa que sí entendió Kofi Annan, ex secretario de la Organización de las Naciones Unidas y premio Nobel de la Paz, fallecido apenas en 2018, cuando dijo: “El conocimiento es poder. La información es libertadora. La educación es la premisa del progreso, en toda sociedad, en toda familia”. Sencillamente brillante.

Información y conocimiento no solo se diferencian en cuanto a los procesos mentales que requieren: la primera, simplemente atención; el segundo, discernimiento; sino en su accesibilidad: la primera tiene restricciones, por un lado, y excesos por otro, pues “tiene dueños”, el segundo es para todos, porque es un asunto estrictamente personal transformar datos en aprendizaje, que no es lo mismo que memorización.

La información se recibe, y ojalá solo se aprovechara o se desechara, pero en realidad no solo confunde, sino “induce” si no hacemos una selección razonada. He ahí su peligro. El conocimiento, por su parte, se genera y cambia las cosas. Información y conocimiento difieren en su objetivo, que son el qué y el cómo, respectivamente.

El conocimiento depende de una estructura neuronal que ponemos o no en marcha. Y si lo hacemos, habremos comenzado a cambiar nuestra vida, a entrar en dominio de ella, porque podremos transformarla a voluntad.

El problema es que el conocimiento implica saber pensar, algo que pocas personas aprenden hoy en día. La mayoría prefiere quedarse con la sola información, dispersando su pensamiento, y con ello su capacidad mental, en el exceso de estímulos informativos.

Memes, cadenas, videos, fotografías originales y montadas, noticias reales y falsas, alarmas, etc., a través de nuestras redes sociales, de las que hoy todos vivimos pendientes, nos proporcionan una cantidad “indigerible” de datos que, debido a nuestra falta de tiempo, capacidad o incluso interés real, no procesamos a través de la razón, pero difundimos como si fueran la verdad. Si la culpa no es de la “fake news”, sino de quien la reproduce.

Si usted quiere saber quién puede estar manipulándolo con información, o intentando hacerlo, tan fácil como observar su actitud: mientras más seguro se muestre de lo que dice, menos conocimiento tiene al respecto. Paradójico, pero cierto, porque solo la ignorancia da una gran seguridad. El conocimiento, como producto del discernimiento, el “darse cuenta de…”, necesariamente despierta dudas, muchas dudas. Ya lo dijo Sócrates: “solo sé que no sé nada”. Por eso la ignorancia da arrogancia y el conocimiento humildad.

El conocimiento requiere mente abierta, no para saber lo que se quiere saber, sino lo que no se quiere saber, porque eso es lo que nos cambiará. Y eso… solo los valientes.

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