Llevaba tiempo a la busca de Gran Torino, tal vez la última película de veras buena que ha dirigido ese talento incombustible que es Clint Eastwood, sin un motivo preciso. La encontré finalmente el otro día, en Prime, la vi, y, como es frecuente, encontré el motivo a posteriori.

Va una breve síntesis. Walt Kowalski, rudísimo veterano de la guerra de Corea, trabajador jubilado de la Ford, viudo reciente, es el último sobreviviente o casi de una población que dejó su barrio de toda la vida, convertido en un crisol de culturas y también en un territorio peligroso, a merced de la violencia de bandas juveniles. Me refiero a la población de esos trabajadores blancos, gringos también de los de toda la vida, que se beneficiaron de –y propiciaron con su esfuerzo– el auge industrial de la posguerra para alcanzar un buen nivel de vida.

Es un personaje complejo, Kowalski. Malencarado, cáustico, proclive a la incorrección política incluso en los territorios del chiste racista, caricaturescamente cargado de testosterona, fumador, chelero, nacionalista, malhablado e inconforme clínico, es también un hombre de valores inconmovibles. Esos valores son los que, a despecho de su arraigada norteamericanidad y sus aparentes prejuicios contra lo extranjero que lo rodea, lo llevan a jugarse la vida para defender de las bandas a sus vecinos, una familia de la etnia hmong con la que terminará haciendo una conmovedora, íntima amistad.

Decía que los motivos para ver la película me llegaron a posteriori. Gran Torino nos ayuda a entender, en toda su complejidad, uno de los fenómenos que llevaron a Trump a la presidencia: la participación de votantes blancos que, me parece, quedan bien representados por Kowalski. Votantes nostálgicos de una era de bienestar, de su condición de protagonistas, que simplemente albergan un profundo descontento con su status quo, un descontento que no se traduce por necesidad en prejuicios y violencia. Votantes, y ese es mi punto, a lo que no deberíamos evaluar con simplismos y prejuicios. Trump, el repugnante Trump, puede haber encontrado apoyo en ese amplio segmento de la población, pero no se parece a Kowalski, un hombre empático y decente que, a fin de cuentas, se siente un extraño en casa. ¿Contiene la película un mensaje xenófobo? Todo lo contrario. Gran Torino, película ácida, dulce y triste a la vez, es una obra sobre la belleza de encontrarse con el otro, la belleza de la diferencia.

Es un buen momento para verla.

                                                                                                                                     @juliopatan09