Gestas tan dignas de una epopeya nórdica como su nombre lo es de lo que hoy representa: Erling, traducible de las lenguas escandinavas como “príncipe heredero”.
¿Heredero de qué? Vista la facilidad con la que el muchacho encuentra el gol, visto el imán que tiene con el balón, vista la cantidad de deidades vikingas que en el área rival lo bendicen, heredero del trono del gol.
“Un tiempo de espadas, un tiempo de vientos, un tiempo de lobos. Ya no hay misericordia entre los hombres”, clamó casi mil años atrás con su poderosa voz Snorri Sturluson, como si al tiempo de este precoz goleador noruego se refiriera.
Con la fuerza destructiva del dios Thor y la magia que permite la protección de Odín, como si anduviera por la cancha sostenido por elfos y valkirias, el adolescente Erling Haaland se va convirtiendo en mito.
19 años cumplidos y récords deglutidos por donde pise. En el Mundial sub20 tras hacer nueve goles en un solo cotejo, cifra que parece de otra época, pero que ni en los rocambolescos inicios de los torneos de la FIFA hubo otro futbolista que lograra.
Por si algunos pensaban que aquello no había sido más que producto de un buen día combinado con uno malo del rival, en la media temporada que disputó con el Red Bull de Salzburgo también dejó un promedio goleador ajeno a nuestros días: 28 goles en 22 partidos, incluidos 8 en su primera fase de grupos de Champions League.
Los grandes clubes del mundo, tan entretenidos comprando promesas por 50 millones de euros, no vieron esa realidad tan consumada a tan corta edad. Entre la distracción del resto, el Borussia Dortmund se lo quedó por 20 millones. Proyecto que, si alguien limitaba al futuro, mes y medio después ya es presente: 11 anotaciones en apenas 7 cotejos, la mayoría ingresando como cambio.
Sí, el tiempo de la espada ha llegado con el príncipe Haaland. También el tiempo del trueno, cortesía del Thor que lleva en su interior, con un sprint de 60 metros que la televisión italiana ha calculado que le bastaría para disputar una final de Mundiales de atletismo bajo techo (donde se corre esa distancia). Tan veloz y explosivo como para volver a impregnarnos de sagas nórdicas con Snorri Sturulson: el niño que salió de las aguas que eran todo bruma, este Erik El Rojo con balón, tiene a Europa a sus pies.
Devastada la portería rival cual relámpago, Erling Haaland se sienta en posición de flor de loto para festejar: tan sereno por saberse dueño del futuro, tan sereno por entender ese acumular de goles como lo más natural.
Natural, como llamarse Erling y aspirar a un trono.
Twitter/albertolati