Una realidad difícil de refutar: no dejamos de ser un futbol localista.
Con sus muy claras y puntuales excepciones, pero el nivel de los equipos mexicanos baja considerablemente cuando se es visitante.
Ahora que Tigres perdió en El Salvador, ahora que América sólo empató hacia el final en Guatemala, ahora que Cruz Azul nada más se impuso a un rival semiprofesional en Jamaica con una voltereta en compensación, no sobra recordar que esta tendencia no ha empezado hoy.
Más allá de la expectativa (y obligación) de que los tres avancen a la siguiente ronda en la ConcaChampions, debemos reparar en lo que cuesta a nuestros representantes desempeñarse fuera de casa tan bien como lo hacen en ella.
El caso mexicano es por demás peculiar. Nos tocó vivir en una confederación en la que el abrumador resto de los competidores dispone de condiciones muy inferiores para desarrollarse. Recursos, infraestructura, posibilidades, extensión territorial, población, carencias, aislamiento, contrapuestas a la mina de oro que resulta nuestro futbol. Un pastel cada vez repartido en mayores tajadas entre México y Estados Unidos, lo que no quita que llegue Costa Rica, como en Brasil 2014, y consume la actuación con la que en vano hemos soñado por décadas.
Sin embargo, en tan desigual hemisferio deportivo, se espera que los exponentes de la Liga Mx caminen victoriosos hacia el Mundial de Clubes. Finalmente, así ha sucedido en trece de catorce ediciones. Meta menos sencilla si tuviésemos que obtener ese boleto con partidos limitados a Centroamérica, sin el bálsamo de definir en estadios y ambientes propios. Para no ir muy lejos, las últimas dos veces en que una eliminatoria mundialista se efectuó en torneos a sede fija, nos quedamos sin Copa del Mundo: Haití rumbo a Alemania 1974 y Honduras de cara a España 1982.
Los mismos América y Tigres que suelen ser altamente competitivos en las visitas más férreas del calendario mexicano (aquí, poco localistas), han padecido respectivamente en El Salvador y Guatemala. A los de Coapa no les faltará razón en sus quejas sobre el horrible arbitraje, aunque eso no puede tapar que no estuvieron a su nivel en esa salida. Más extremo lo de Tigres, sin mínima excusa, con sus estrellas en la cancha, víctima de su desidia y superado por su débil rival.
¿Son las patadas? ¿Es todavía cierto pánico escénico? ¿Un público hostil basta para mermar tanto el rendimiento? ¿Alguien se atreve a apuntar al viejísimo Mal del Jamaicón? ¿Efectos de dormir fuera? ¿O cómo explicarlo? Y es que decir que somos un futbol localista apenas toca en el síntoma, no en la enfermedad.
Sí, ya sabemos que los nuestros son peores fuera, varias décadas nos orillan a concluirlo. Antes de corregir tan endémico mal es indispensable entender por qué.
Twitter/albertolati