@guerrerochipres
Dos de las grandes estudiosas de los temas de género en la actualidad —la antropóloga argentina Rita Segato y la filósofa estadounidense Judith Butler— han señalado que existe una especie de acuerdo cultural implícito que es visible en las manifestaciones de violencia hacia la mujer.
Por su complejidad, el fenómeno puede analizarse desde distintos ángulos; retomando la óptica de Segato y Butler, este acuerdo le exige a ciertos hombres una autoafirmación constante, agresiva y avasalladora. El lugar como hombre debe ganarse y, para ello, el cuerpo femenino simboliza un territorio de colonización, cuyos alcances más graves son la violación y el feminicidio.
Según las investigadoras, la necesidad de cumplir dicho acuerdo explica la facilidad con la que algunos hombres se atreven a cometer cualquier clase de delito sexual, incluidas las comunidades virtuales de acoso. Sin embargo, en toda violencia de género el pacto queda implícito e involucra, a la vez, la impunidad, complicidad y la normalización de dicha violencia.
También hay una relación entre la presión cultural de legitimización como “hombre” y el ingreso de menores en el crimen organizado. Ahora se sabe que el Cártel Jalisco Nueva Generación ha reclutado a niños y adolescentes, y se puede recordar al Ponchis y a Juanito Pistola, casos que ejemplifican la punta del iceberg.
La necesidad cultural de ganarse un espacio, malentendido, y ver a la mujer como un objeto o una figura de servicio ha sido naturalizada en millones de hogares mexicanos.
En el Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México, durante todo 2019 se recibieron 369 reportes por violencia familiar, de los cuales el 87% fue hecho por mujeres. Gravita sombríamente la cifra negra y su independencia de la cultura de la denuncia, pero dichos datos pueden servir para dimensionar no sólo la problemática de la ciudad, sino del país.
La violencia machista, al ser heredada en el seno familiar y replicarse en todas las esferas, es el inicio de una violencia mayor: desde lo que se aprende en la edad más tierna hasta el funcionamiento de la justicia y los grandes grupos de poder institucional, empresarial y delictivo; una de las mayores muestras se remonta a más de 25 años atrás con Las Muertas de Juárez.
Allí también se encuentra la responsabilidad detrás de la violencia contra la pareja o los hijos; al atacar a la mujer, el agresor reitera el pacto patriarcal; los micromachismos siguen porque a veces es el único camino enseñado para ser hombre. Es urgente detenerlos.
Conforme al Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, el año pasado, a nivel nacional, se abrieron 202 mil 409 carpetas de investigación por violencia familiar (un incremento del 12%; mientras que a nivel local fue del 29%, con 25 mil 775 carpetas).
La génesis del problema está expuesta: al acabar desde el seno familiar con el pacto machista y su violencia se podrá ver una nueva sociedad manifiesta en las próximas generaciones.