Héctor Zagal
 

¿Ustedes qué dicen cuando alguien estornuda? Mi abuela solía exclamar “Jesús” después de cada estornudo. Entre los anglosajones la expresión habitual es “God bless you” (Dios te bendiga). La intención de estas presiones es pedir a Dios que guarde de una enfermedad a quien estornude continuamente.

El temor ante las enfermedades ha acompañado al ser humano a lo largo de la historia. Pensemos en la peste negra que azotó a Europa en el siglo XIV, ante la cual poco o nada podían los remedios y hábitos higiénicos de entonces. Ante este panorama, no estaba de más pedir auxilio divino.

México no ha estado exento de epidemias. Vayamos al siglo XVI, al momento en que indígenas y españoles se encontraron. No sólo intercambiaron regalos ni costumbres, sino muchos fluidos corporales. ¿Qué tiene esto de importante? Sin entrar en tecnicismos, simplemente digamos que los “bichitos” de aquí no eran los mismos “bichitos” que los de allá. Y al ponerse las cosas tan íntimas, se inició un largo y penoso proceso que algunos llaman la unificación microbiana del mundo.

A ambos bandos les fue bastante mal, aunque probablemente a los indígenas les tocó la peor parte. A lo largo del siglo XVI, fueron azotados por terribles males para los que no tenían cura ni resistencia inmunológica. Se tienen identificadas siete plagas que acabaron con la vida de miles de indígenas; la primera, en 1520, fue la de viruela, que causó la muerte de Cuitláhuac. En 1531 fue la de sarampión.

Le siguió la llamada cocoliztle de 1545, que probablemente se tratara de un tipo de influenza. La cuarta ocurrió en 1564. La quinta, llamada matlazáhuatl, ocurrió en 1576 y quizá se tratara de tifo. La sexta, en 1588, nuevamente fue tifo. Y la última, entre 1595 y 1596, fue de sarampión. Según algunos cálculos recientes, este encuentro biológico es responsable en un 90% de la caída de la población indígena. Las cifras son realmente impactantes: de 80 millones de habitantes alrededor de 1520, la población bajó a 10 millones hacia 1570.

Pero no sólo de este lado del Atlántico tuvimos brotes mortales. Algunos dicen que la sífilis fue exportada al Viejo Mundo desde América. Una vez llegada a Europa recibió dos nombres: mal gálico o mal napolitano. Esto porque en 1495 españoles y franceses invadieron Nápoles. Tanto de un bando como del otro quedaron infectados. Para 1530, la sífilis encontró nombre. El médico veronés Girolamo Fracastoro escribió el poema “Syphilis sive morbus gallicus”, en el que Apolo le manda al pastor Sísifo la terrible enfermedad de bubas malolientes por haber matado al ciervo de Artemisa.

Ahora viajemos en el tiempo a una época no tan distante. Entre septiembre y octubre de 1918, a México llegó la temible gripe española. ¿Han escuchado hablar de ella? Se le conoce también como influenza española porque, aunque la enfermedad aquejaba a otros países como Francia y Estados Unidos, fue España, país neutral en la Primera Guerra Mundial, el primero en publicar informes sobre este mal. La movilización de las tropas fue determinante para la rápida y mortal expansión de esta enfermedad.

Se estima que esta gripe cobró la vida de 50 millones de personas en el mundo entre 1918 y 1920. En México, se estima que hubo casi medio millón de muertos. Otros señalan que fueron 300 mil. Imaginen eso en cuestión de meses. Periódicos de la época declaraban que en México ocurrían entre 1,500 y 2,000 muertes al día. De acuerdo con esto, los contagios al día oscilaban entre 30 y 200 casos. Según algunas crónicas, tal era la cantidad de muertes que existía un carrito especial que todos los días recogía los cadáveres.

La enfermedad arrasó con jóvenes y adultos sanos de entre 20 y 40 años. También afectó a perros y gatos. Los síntomas incluían fiebre alta que llegaba casi a 40°, dolor corporal severo, diarrea, vómitos, fuertes hemorragias nasales y orales, y dificultad para respirar.

Las medidas de prevención entonces no difieren mucho de las actuales: alejarse de quien estornude, tosa y escupa sin pañuelo; evitar sitios concurridos; no llevarse a la boca objetos usados por otras personas; abrigarse bien al salir; dormir en cuartos ventilados; evitar usar el tranvía y lavarse manos y cara cuantas veces sea posible.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana