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Foto: Notimex / Archivo En México, los feminicidios se han disparado un 137% en los últimos cinco años hasta el cierre del 2019  

María Elena Ríos vive con miedo. Una mañana hace seis meses fue rociada con ácido cuando se disponía a trabajar. Ahora, buena parte de su cuerpo, incluyendo cabeza y rostro, está vendado para comprimir las dolorosas lesiones con las que cicatriza.

 

La joven, una experimentada saxofonista, decidió dominar sus propios temores y hacer una suerte de cruzada por medios para contar su historia, ocurrida en el estado Oaxaca, al sureste del país, en post de justicia, en medio de la creciente indignación en el país por la ola de feminicidios y ataques contra las mujeres.

 

“Tengo que aprender a olvidar, yo no puedo ni descansar porque sigo repitiendo la escena en mis sueños (…) esa sensación del ácido en mi cuerpo no se me va a quitar”, dijo Ríos, de 27 años, y cuyo ataque fue perpetrado en una oficina que tenía instalada en su propia casa como agencia de viajes.

 

“Es un proceso muy complicado porque en lo particular tengo que mentalizarme en que mi vida cambió (…) que las sensaciones de mi cuerpo ya no van a ser las mismas”, agregó en una en una entrevista en las oficinas de Reuters en Ciudad de México.

 

Como muchas mujeres en México, donde los feminicidios se han disparado un 137% en los últimos cinco años hasta el cierre del 2019, Ríos se queja de que la justicia aún no haya atrapado al presunto autor intelectual del ataque, un hombre que fue su pareja y a quien decidió dejar unos dos meses antes del suceso.

 

La fiscalía estatal ofreció en octubre una recompensa de unos 50,000 dólares para localizar al empresario y exdiputado por “tentativa de feminicidio”. Dos hombres están detenidos desde diciembre por haber sido los presuntos autores materiales de ataque con ácido sulfúrico.

 

“A mí me cambiaron la vida, me agredieron de esta manera por el simple hecho de haber dejado una relación”, dijo la joven a la que se le pueden ver los ojos y la boca tras la venda color carne que cubre su cabeza. Sus brazos, torso, espalda y piernas también están cubiertos por vendajes para comprimir los molestos queloides.

 

Desde sus propios miedos, llamó a otras mujeres a “no tener miedo” de levantar su voz para denunciar a sus agresores. “Yo tengo la esperanza de que se haga justicia”, dijo Ríos, quien sabe que le espera aún un largo camino de tratamientos médicos y acepta con resignación que nunca será la misma.

 

EAM