Extraña capacidad del futbol para acuñar frases que sonarían extrañas lejos de su ámbito y filosofías que lucirían disparatadas lejos de sus dominios. Por ejemplo, aquella que plantea al saber sufrir como camino a la victoria, el estoicismo casi como metodología alterna al talento.
Noción que el Atlético de Madrid ha convertido en arte este miércoles en Liverpool, donde si es arriesgado atacar, más pareció serlo agazaparse por dos horas y esperar, labor de resistencia esa de tener en frente al mejor tridente del planeta y abocarse a contar segundos hasta hacer minutos, ojos en el cronómetro, corazón en pausa. Parece fácil decirlo cuando el rival perfora grietas cada punto de tu defensa, cuando la portería propia recibe embates de todo tipo y a instantes consecutivos, cuando el rojo del uniforme ajeno torna en bruma y no hay más luz que ver, cuando apenas se es capaz de tomar la pelota, ya no decir amenazar el arco contrario o aspirar a un gol.
Por ponerlo en términos bélicos, el Atleti ha logrado sobrevivir a un sitio. Encerrado y cercado, sometido y subyugado, sin más oxígeno para respirar que la fe. Y, si se ha afirmado que la fe mueve montañas, no le será tan difícil mover balones… o, como menos, desviarlos.
Puestos a un derroche de misticismo, ningún lugar más idóneo que un santuario célebre por sus milagros, ahí, en Anfield Road, donde el grito de You’ll Never Walk Alone obra las remontadas sin que haya rodado la esfera.
Tres semanas antes, en Madrid, el Liverpool cedió algo más que un tanto de desventaja: ese día recordó que no era invencible tras un año de ir por las canchas más duras conquistando, ese día el semidiós se descubrió mortal, ese día se supo susceptible, Aquiles súbitamente consciente de la vulnerabilidad de su talón.
Desde la visita al Nuevo Estadio Metropolitano cayó en la FA Cup y perdió su dilatado invicto en la Premier League, preámbulo de esta hecatombe: el sexto del futbol español no sólo ha eliminado al líder más arrollador que haya existido en las islas británicas, no sólo le ha ganado en su casa después de tres años, no sólo le ha obligado a dejar sobre la mesa su corona europea, sino que se ha impuesto al que era con diferencia el máximo favorito en este Champions.
Claro, están los postes, están las circunstancias, están los absurdos, está la lesión del presumible mejor arquero del mundo Alison Becker (presumible, porque visto lo del colchonero Oblak, el debate sería largo para dirimir la cuma), aunque también está la fe y un efecto Simeone que lucía diluido. Para quienes hemos sugerido que el influjo de esta especie de patriarca atlético decaía, ahí tenemos: el cholismo como en los tiempos de oro.
El Atleti no ha avanzado gracias a su futbol o a su suerte. Lo ha hecho en virtud de lo dicho: porque ha dictado cátedra en la extraña materia del sufrir.
Ya este Leningrado, ya este este Soria, ya este Kiev, ya este rincón sitiado, ha despedazado al sitiador.
Twitter/albertolati