La imagen parece extraída de una película de ciencia ficción, pero es la pura realidad. Estamos en París anno domini 2020. Los taxistas haciendo largas filas a las espera de los clientes, que no aparecen por ningún lado. El metro en hora pico, habitualmente a punto de reventar, luce insólitamente espacioso. La gente trata de guardar distancia, evita el contacto visual. Un solo estornudo en el vagón puede provocar gritos de desaprobación: “¡quédese en casa!”. La ciudad más visitada del mundo, con unos 50 millones de viajeros al año, se ha quedado prácticamente sin turistas. Los barcos de paseo surcan el río Sena, más turbulento que nunca por las lluvias y los fuertes vientos, prácticamente vacíos. El bullicio urbano, sinónimo de vitalidad, desapareció repentinamente, lo que puso a más de uno en un mood bastante sombrío.
No, aún no llega el fin del mundo. De momento en París no se decreta ninguna zona de confinamiento. Eso sí, se han prohibido congregaciones de más de mil personas, en todo el país. El impacto de esta medida en el ámbito del deporte y la cultura es gigantesco, cancelación de cientos de eventos: el Maratón de París, la Feria del Libro, el Salón Internacional de Turismo, un sinnúmero de conciertos, espectáculos, partidos de rugby o futbol, etc., etc. El duelo de la Champions League Paris Saint-Germain contra Dortmund se jugó sin público. La gente vio el partido en la tele, no porque sienta una gran pasión por el fut, sino porque necesitaba desconectarse de las noticias alarmantes sobre la propagación del coronavirus que acaparan todos los espacios mediáticos de manera continua desde el pasado enero.
En la calle se palpa una sensación de inquietud, principalmente por la inevitable quiebra de miles de pequeñas empresas, bares, hoteles, restaurantes que llevan semanas sin clientela. Por un lado la inquietud, por otro la prudencia. Los hábitos sociales cambiaron. Hay cada vez menos abrazos, menos besos, menos apretones de manos. Lo que antes podía considerarse como una tosquedad hoy figura en la lista de gestos recomendables para contener la epidemia. Las oficinas privilegian el teletrabajo. Más vale quedarse en casa.
Con el coronavirus no se juega. Hasta el momento de escribir estas líneas ha infectado en Francia a más de 2 mil 280 personas, 48 de ellas han fallecido. Irrumpió hasta en la cúpula del Estado. Puso en cuarentena al ministro de Cultura, Riester, y a siete miembros de la Asamblea Nacional.
Próximamente se impondrán medidas más restrictivas y extremas, entre ellas la movilización total de médicos y activos del sistema sanitario, incluidos los doctores jubilados y los estudiantes de medicina. No descartan cierres de escuelas y de transportes públicos en amplias zonas del país. El escenario a la italiana resulta poco probable.
De momento los parisinos se niegan a ceder a la psicosis colectiva. Prefieren dedicarse a la lectura. El best seller sigue siendo La peste de Albert Camus, gran clásico de la literatura occidental del Siglo XX. Como en tantos momentos críticos de la historia, el arte ayuda a hacer más soportable la espera, y sobre todo a convivir con la epidemia del miedo.