Los japoneses dormían la madrugada de domingo a lunes cuando el comunicado del Comité Olímpico internacional anunció lo inevitable: a las 3.15 de la mañana, tiempo del archipiélago nipón, se abrió oficialmente la puerta para posponer unos Juegos Olímpicos por primera vez en la era moderna.
En realidad, tanto el COI en Suiza como el Comité Organizador en Tokio, lucieron dormidos durante varios días en los que el aplazamiento dejó de parecer opcional. Porque por positivo que se previera el combate a la pandemia del Covid-19, por optimista que se calculara la disminución de las pavorosas curvas de contagio, la Villa Olímpica por naturaleza es el punto de mayor riesgo.
Un sitio en el que 15 mil personas de más de 200 países comparten por semanas transporte, comedor, áreas de esparcimiento, calles, jardines, bancas, conversaciones, fotografías, suena a la mayor caja de Pietri de la historia –ese receptáculo de vidrio en cuyo interior se cultivan microbios en un laboratorio.
A manera que por controlada que esté la pandemia para julio, bastaría con una decena de países presentando casos de Corona Virus para que los 15 mil atletas, árbitros, entrenadores, tendieran a un contagio masivo en esa Villa.
No importa ya lo bien que lo haga Japón en sus políticas sanitarias (como, vale la pena enfatizar, lo ha hecho: siendo vecino de China y habiendo tenido casos antes que nadie en el mundo, sus cifras de contagios y fallecimientos son muy bajos). Hoy la problemática es de carácter global. Como ejemplo, esta semana el vicepresidente del Comité Organizador y titular de la Federación Japonesa de Futbol, Kozo Tashima, volvió de Europa contagiado. O tres esgrimistas chinos que acudieron a un preolímpico en Hungría, lo mismo. O, por citar un caso mexicano, la pentatleta Mariana Arceo, oro en Panamericanos 2019, tras regresar de España.
Eso por sólo referirnos a los medulares en el devenir olímpico, que son quienes compiten. Porque otro tipo de Caja de Pietri y a diferente escala sería la ciudad anfitriona. Expertos aseguran que el epicentro de la pandemia en Europa ha sido el partido de Champions League entre Atalanta y Valencia del 19 de febrero. Ese día, 40 mil individuos se trasladaron desde Bérgamo hasta el estadio en Milán (60 kilómetros) para apoyar a los suyos, coincidiendo con 2,500 aficionados llegados desde España. Ese cotejo ha tenido relación involuntaria con las trágicas imágenes que surgen desde el norte de Italia, con filas de camiones militares desplazando restos de fallecidos, porque hasta para la cremación hay saturación (ya no decir de los hospitales). Similar, la visita del Atlético de Madrid a Anfield en la Champions, con 3 mil colchoneros viajando, propició un severo brote de Covid-19 iniciado en Liverpool y ramificado a buena parte de las islas británicas. Ahora imaginemos a 600 mil visitantes extranjeros llegando más o menos simultáneamente a Japón, moviéndose sin cesar por atracciones turísticas y tiendas, formándose unos detrás de otros en estadios, coincidiendo en el metro o camiones oficiales del evento, brindando en bares y cantando en terrazas de restaurantes.
El COI ha hecho lo que tenía que hacer. No decidir hoy lo que por ahora le resulta imposible decidir. Ha abierto la puerta a la posposición. A fines de abril luchará porque el evento sea este año acaso en octubre o noviembre (para no cambiar la marca Tokio 2020, para no quebrarse la cabeza con una Villa Olímpica que debe entregar a los dueños cada uno de los apartamentos a estrenarse en los Juegos, para recibir la derrama económica a la brevedad), pero ahora no tiene elementos para saberlo.
Los japoneses despiertan este lunes a la realidad de la prórroga. El Comité Organizador, tras varios días haciéndose el dormido y fingiendo que gozaba con el fuego prendido sin público en Olimpia, también.
Twitter/albertolati