El inconsciente colectivo está nadando en horror
Ulises Santillana
Hay solo dos maneras de responder personalmente a eventos sociales críticos, sean desgracias naturales o producto de la actividad humana: con solidaridad o con egoísmo, y la decisión depende más del tipo de crisis que de una elección propia, a menos, claro, que entendamos la dinámica de las emociones colectivas.
Me explico: tenemos de un lado las desgracias que les suceden a otros, sin que representen un peligro para nosotros, como que pierdan a sus seres queridos y sus bienes por temblores o fenómenos climatológicos y aun por guerras. Es muy fácil conmoverse y ser solidario en estos casos.
Por otro lado, están aquellas crisis en las que todos corremos peligro, como la pandemia del coronavirus. En estas ocasiones la respuesta es el egoísmo, aunque no de manera generalizada, sí muy extendida, porque el miedo nos dice que es un asunto de “tu seguridad contra la mía”. Y entonces cunde el pánico, hoy en día, gracias a la tecnología, más rápido que el más peligroso agente patógeno.
Lo primero que solemos hacer, entonces, es comprar irracionalmente, buscando, sin darnos cuenta, sentir que estamos en control de la situación. Esta es la razón: escuché decir en una entrevista de radio a un joven psicólogo Gestalt, autor del epígrafe de este artículo, Ulises Santillana, que la escasez es el mayor de los miedos de la humanidad, y me quedó claro que lo que estamos haciendo al vaciar los anaqueles de las tiendas en tiempo de crisis, por las buenas o por las malas, es tratar de calmar el miedo. Solo que en realidad no funciona, y usted lo sabe.
David Savage, especialista en comportamiento humano de la universidad de Newcastle, Australia, ha explicado que es racional prepararse ante la posibilidad de que suceda algo malo, pero comprar “500 latas de frijoles” solo indica el nivel de miedo con que se está percibiendo la crisis, no la realidad de la misma.
Es decir, ante las amenazas y para sentirse protegido, el ser humano tiene la necesidad de hacer algo proporcional al drama que cree podría vivir, y que en realidad ya está viviendo, por el solo de imaginarlo, pero tal drama ni siquiera es suyo, sino producto del pánico colectivo, que solo beneficia a quienes, con la mente fría, lucran con la desgracia humana, política o económicamente.
El pánico es destructivo porque causa ansiedad y estrés, y estos bajan nuestras defensas naturales, es decir, debilitan nuestro sistema inmunológico, de tal manera que nos dejan indefensos ante virus, bacterias y hongos.
El pánico nos lleva a actos irracionales que nos perjudican a nosotros y a otros, como hacer compras industriales de papel de baño, producto inútil para protegernos o para combatir el coronavirus. Así es como provocamos la escasez que tanto tememos.
El pánico no nos permite ver que este tipo de situaciones no es de “tú o yo”, sino de nosotros, porque lo que te pase a ti me pone en peligro a mí y viceversa. Tenemos entonces que cuidarnos unos a otros, teniendo claridad sobre la etapa en la que debemos ser solidarios con nuestros semejantes cuando todos estamos en peligro: la de la prevención, ya que en la de solución puede no ser prudente.
Las sociedades solidarias no entran en pánico, o calman su pánico; son más felices y se sienten más seguras en medio de cualquier crisis. Se puede ser solidario en cualquier situación, lo importante es conocer el momento preciso y la forma correcta de hacerlo.
Las sociedades solidarias trascienden la “mentalidad de rebaño”, la del pánico colectivo, para desarrollar una “mentalidad de colmena”, en la que cada quien hace con responsabilidad lo que le corresponde por el bien de todos.
Así pues, lo más importante para enfrentar cualquier crisis social, de cualquier tipo, es no entrar en pánico, no contagiar pánico, no hacer nada con pánico.
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