El Grupo de Economistas y Asociados (GEA-ISA) presentó ayer su encuesta trimestral en la que evalúa la gestión del presidente López Obrador.

De acuerdo con el ejercicio demoscópico, la aprobación a la gestión del presidente López Obrador cayó de noviembre de 2019 a marzo, del 57% al 47%, es decir, diez puntos porcentuales.

Y aunque es un resultado esperado -el ejercicio de Gobierno termina desgastando al más popular-, hay un resultado en la encuesta que debería hacer reflexionar al Presidente y a todo su gabinete.

Se trata de la caída de la esperanza; de acuerdo con la encuesta, la esperanza de los ciudadanos cayó en el periodo de evaluación del 41% al 34%.

¿Por qué este resultado debe preocupar a los funcionarios de Morena?

Porque precisamente el producto que vendían era ese, la esperanza.

Cuando los analistas se preguntaban por qué a pesar de las decisiones cuestionables del Gobierno federal en materia económica y algunas políticas, el Presidente mantenía porcentajes altos de aprobación, la respuesta invariable era que la gente “mantenía la esperanza’’.

Al parecer, ya no mucha.

La encuesta, que seguro será descalificada, refleja el desencanto de una población cansada de esperar buenos resultados que no llegan y que, como esta la situación, es probable que no lleguen ni este año.

La esperanza era el gran activo intangible de Morena; está en su lema de partido y en todos sus discursos de campaña.

Si la gente pierde la esperanza en un Gobierno -y un partido- por el que votó, lo que sigue es la rebeldía, el enojo y el reclamo; el mirar a otras opciones que satisfagan sus necesidades.

Pero como las opciones políticas son anoréxicas en este momento, el riesgo es precisamente el desorden ante el desencanto.

No es un dato para despreciar.

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Para completar la información de la encuesta, la desaprobación al ejercicio de Gobierno creció de noviembre de 2019 a marzo, del 38% al 46%, al igual que el número de mexicanos que creen que el país va en el rumbo incorrecto, que pasaron del 42% al 48%.

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De alguna manera, el subsecretario Hugo López-Gatell nos anunció que estamos, de facto, en la fase tres de la emergencia sanitaria.

El funcionario explicó que el país se encuentra en la etapa en la que es posible la contención del contagio, y pidió, como lo no había hecho antes, que nadie salga de su casa a menos por cuestiones básicas que todos entendemos cuáles son.

Al parecer ahora sí el Gobierno está viendo el tamaño de la bestia que se avecina y decidió tomarse las cosas en serio.

El Gobierno entra en un paro técnico, solo con el personal indispensable para mantener el orden y los servicios médicos, para la limpieza de la ciudades -que es vital- y solo con algunas guardias en dependencias que lo necesiten.

No se descarta que las medidas se puedan radicalizar, como ya sucedió en España, Italia, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos, por mencionar algunos países.

Que la gente obedezca y respete la cuarentena es un acto voluntario; pero podría pasar a ser un obligatorio si no se obedece, como hemos visto a lo largo de estos días.

López-Gatell informó que hasta ayer había 475 casos de personas infectadas, 70 más que el día previo, aunque la curva de contagios crece exponencialmente.

Quédese en casa.

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