Una noticia se diluyó detrás de la brumosa tragedia, del cegador caos, que asola a Madrid.
Esta semana, entre los miles de fallecidos por la pandemia de Covid-19, no sólo apareció el nombre de un dirigente deportivo, sino del presidente madridista que logró colocar un puente entre la añeja gloria europea y la moderna.
Con Lorenzo Sanz en la principal silla blanca, los merengues dejaron de ser un equipo melancólico, anclado en el pasado, inmovilizado por la pesada carga de las gestas de medio siglo antes. Porque el Real Madrid se coronó en las primeras cinco ediciones de la Copa de Campeones de Europa (1956-1960) y todavía llegó a su sexto título en 1966. Ocho finales disputadas en once años que quedarían para las nuevas generaciones como carga insostenible más que como inspiración.
Grandísimos jugadores vestirían esa casaca en los años siguientes y pondrían en práctica un futbol de alta costura. Sin embargo, los setenta, ochenta y noventa se vieron marcados por amplio dominio a nivel local y enésimas eliminaciones a escala continental.
Por ejemplo, el espléndido cuadro de la denominada Quinta del Buitre, en el que Hugo Sánchez aportó cuotas goleadores sólo superadas en la era Cristiano-Messi, nunca llegó al cotejo definitivo. En algunas se estrelló con el PSV Eindhoven de Ronald Koeman, en otras con el Bayern Múnich de Lothar Matthäus, en una mucho más sonada fue goleado por el Milán de Gullit y van Basten, dejando una espina clavada en tan sensacional equipo.
Eso cambió el 20 de mayo de 1998 en la holandesa Ámsterdam Arena, con el triunfo merengue sobre la Juventus. Lorenzo Sanz había asumido la presidencia del Madrid tres años atrás, justo cuando dos revoluciones coincidían en el tiempo: la que supuso la Sentencia Bosman (no más alineaciones restringidas a tres extranjeros) y la que convirtió a la Copa de Campeones en Champions (abriendo cupo a varios representantes de las principales ligas e instaurando la fase inicial de grupos).
Sanz entregó el timón de ese proyecto a Fabio Capello, multilaureado en el Milán un poco antes. A su vez, contrató a figurones como Pedja Mijatovic, Davor Suker, Clarence Seedorf, Roberto Carlos, añadiéndose a Fernando Redondo que había llegado del Tenerife, a la joven sensación Raúl González, al experimentado Fernando Hierro. Capello ganó la liga en 1997 y se marchó, arribando en su sitio Jupp Henyckes, de pésimos resultados en el certamen español, aunque elevando al Madrid a la séptima corona europea.
Alzar ese trofeo representó algo más que un exorcismo en el Bernabéu. Al fin sentirse dignos herederos de los años cincuenta, no más complejos de incapacidad competitiva en Europa, esa victoria conecta las 6 copas a blanco y negro con las seis que desde 1998 los blancos han conquistado.
Sanz presidiría al Madrid campeón del año 2000 y convocaría a elecciones convencido de que nadie podría superarlo. Vaya sorpresa, Florentino Pérez apareció en los comicios con la máxima estrella barcelonista como arma electoral: si se votaba por él, anunció, Luis Figo reemplazaría sus rayas blaugranas por el blanco de esa capital. Y así fue.
No obstante, pese a sus claroscuros, Lorenzo Sanz tiene que recibir ese crédito: imposible siquiera imaginar la galaxia creada por Florentino, imposible hablar de las tres Champions seguidas, sin ese hilo conductor tejido por Sanz: el que enlazó a Di Stéfano, Puskas, Gento, Kopa, con Cristiano Ronaldo, Sergio Ramos, Luka Modric y demás.
Twitter/albertolati