Jesse Owens asestó, con ese vértigo de su velocidad, durante los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, un duro golpe al nazismo de Adolf Hitler y su raza aria y, en especial y al mismo tiempo, a la segregación racial en su país, los Estados Unidos.
Un hombre de raza negra, de 22 años, triunfó en el Estadio Olímpico de Berlín, en las pruebas de 100, 200 metros planos, el relevo 4×100 y el salto de longitud, ante las narices de Hitler, quien se obsesionó con el dominio de la raza aria, blanca, y disparador de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, no se le reconoció de inmediato. Fue hasta sus últimos años cuando se resaltó su legado en la pista y en la lucha social por los derechos de su raza.
Owens, cuyos abuelos fueron esclavos, era tan chico que ni se dio cuenta de la dimensión de los triunfos de su raza ante Hitler y el apuntalamiento que otorgó a la lucha de sus connacionales de color, analizan historiadores.
Sus medallas doradas y récords mundiales se esfumaron en importancia, incluso él contribuyó a que su imagen de defensor de los derechos de los negros en su país se derrumbara en gran parte ante sus iguales.
Cuando Tommie Smith y John Carlos levantaron el puño en la ceremonia de premiación de los 200 metros planos, en los Juegos Olímpicos México 1968, que acrecentó la campaña del Black Power, Owens trató de calmar a los dos atletas irreverentes y eso desagradó al equipo estadounidense de atletismo, tanto que fue aislado.
Además, como fueron años de competir por su patria, no recibió cantidades de dinero como lo hacen ahora los campeones, así que tuvo una vida precaria de recursos económicos.
Por ello trabajó en una lavandería, una gasolinería, participó en exhibiciones de los Harlem Globetrotters y hasta corrió contra un caballo, un perro, un auto, con tal de exprimir la capacidad de sus piernas para poder vivir mejor. “Qué puedo hacer, tengo cuatro medallas y no puedo comérmelas”, dijo una vez.
Tal fue así que en 1966 fue juzgado por evasión fiscal y después reveló que “el presidente no me envió ni siquiera un telegrama”, incluso entró por la puerta de servicio, reservada para los negros, a la Casa Blanca, en uno de los homenajes que le dio el presidente Franklin D. Roosevelt.
El atleta falleció el 31 de marzo de 1980, a los 66 años de edad, y a partir de ese momento se agigantó su leyenda.
EFVE