Emerson Barata dibuja un mapa circular de la mayor favela de Sao Paulo, Paraisópolis, y comienza a marcar los casos confirmados de coronavirus en azul. En el centro del asentamiento de unas 120 mil personas, que se ubica junto a departamentos de lujo y mansiones de altos muros, dibuja cuatro puntos.
“Se va a poner mucho peor”, cuenta el hombre de 34 años a un equipo médico, agregando otros dos puntos en los límites de la favela: “El pico aún no ha ocurrido”.
Barata lidera el equipo de respuesta al coronavirus en el laberinto de manzanas con casas de ladrillos rojos, donde su equipo sospecha que hay 60 casos más que los seis confirmados.
Él no tiene relación con el estado brasileño, ni tampoco la tiene el equipo médico que lo rodea. El exfutbolista profesional de ligas menores es parte de una asociación de residentes de Paraisópolis, cuya profunda desconfianza en el Gobierno los ha llevado a tomar las cosas en sus propias manos.
La asociación de residentes ha contratado un servicio médico privado las 24 horas que incluye tres ambulancias, dos médicos y dos enfermeras, así como conductores y personal de apoyo.
Si bien el presidente Jair Bolsonaro ha desestimado al coronavirus como “una simple gripe” y ha dicho a los brasileños que regresen a trabajar, Barata no ha podido dormir en medio de sus esfuerzos por tener a la favela lista para lo que describe como una “guerra”.
Expertos en salud pública coinciden en que las condiciones de hacinamiento, alcantarillado deficiente, la escasa infraestructura sanitaria y el incumplimiento de las medidas de cuarentena vuelven a los asentamientos precarios de Brasil -donde viven unos 11 millones de personas, 6% de la población-, especialmente vulnerables al virus.
Barata rehusó revelar el costo del servicio ni cómo se va a financiar, más allá de señalar que parte era cubierto por donaciones. Gran parte del dinero aún se debe recaudar, afirma. El equipo médico tiene un contrato inicial por 30 días, que probablemente será extendido. /
LEG