Vanesa Jaimes estudió para ser trabajadora administrativa en el sistema de salud de Venezuela, pero por estos días podría describirse mejor como una maestra para sus cuatro hijos.
Desde que comenzó la cuarentena en este país sudamericano, a mediados de marzo, Jaimes ha pasado sus días haciendo malabares entre el acceso a Internet, monitorear los chats de WhatsApp con las tareas que envía el colegio y trabajar con cada uno de sus hijos.
Ayudar a Gabriel, de 8 años de edad, con las matemáticas, le exigió incluso volver a aprender la división de dos y tres cifras porque, como muchos adultos, no lo había hecho en años.
“Tengo un Internet que no es muy bueno y cuando no tengo, uso los datos del teléfono”, dijo Jaimes, de 33 años, en una sala repleta de muebles y computadoras que Gabriel y su hermano Mateo, de 7 años, convierten en un campo de fútbol por las tardes.
Jaimes, originaria de la ciudad andina de San Cristóbal, cerca de la frontera con Colombia, es parte de las madres y padres latinoamericanos en tiempos de coronavirus.
Reto de salud y educativo
Aunque las dificultades sean diferentes entre los estudiantes en América Latina, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) advirtió que “nunca tantas escuela habían estado cerradas al mismo tiempo”.
La expansión de la nueva cepa del coronavirus (SARS-CoV-2), que provocó que muchos países de la región entraran en cuarentena, dejó a por lo menos 154 millones de niños, más de 95% de la matricula, fuera de los colegios, de acuerdo con el organismo.
“Si se extiende más el cierre de las escuelas hay un gran riesgo que los niños se queden atrás en su curva de aprendizaje y que los alumnos más vulnerables no vuelvan a regresar a las aulas. Es vital que no dejen de aprender desde casa”, dijo Bernt Aasen, director regional de Unicef para América Latina y el Caribe.
Además, destacó el Fondo, el cierre de las escuelas conlleva a la suspensión de otras actividades claves para los niños, como es el servicio de alimentación escolar.
Por toda América Latina, zonas rurales y pobres barriadas en las ciudades o carecen del servicio de Internet o es muy lento, dificultando que los niños más vulnerables puedan acceder vía teléfonos inteligentes a las tareas.
En Cuba, por ejemplo, dos de los ocho canales de televisión se han dedicado a clases para escolares de 5 a 18 años.
Inviable a largo plazo
Denisse Gelber, investigadora del Centro de Justicia Educativa de Chile, comentó que era inviable que los padres, algunos de los cuales siguen trabajando fuera del hogar, puedan continuar apoyando la educación de sus hijos: “Las escuelas son centrales en la mayoría de las sociedades porque intentan reequilibrar las desigualdades de dónde provienen las personas. Desafortunadamente, hay algunas familias que están en desventaja real”.
LEG