Esta es una historia de amor. Comenzó hace 50 años con un strudel de manzana en París, pero Howard Smith dice que no tiene tiempo para evocaciones románticas sobre el pasado; en este momento le preocupa cómo terminará la historia.
Howard, un artista abstracto, es un hombre que pasa gran parte de su vida pendiente de los pequeños detalles y rutinas.
Sus obras a menudo consisten en miles de pinceladas repetitivas. Los críticos han visto en su trabajo un intento meticuloso de controlar el caos. Hoy, Howard sabe exactamente qué tan lejos está de su esposa, Lois: 38,1 kilómetros. Y sabe exactamente cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que la vio: 31 días.
Lois Kittson tiene la enfermedad de Alzheimer en etapa tardía. Seis días a la semana durante los últimos cinco años, Howard ha recorrido 40 minutos en automóvil para visitar a Lois en el hogar de ancianos New Paltz Center en el valle del río Hudson, al norte de la ciudad de Nueva York.
Han estado separados desde que Nueva York se convirtió en el epicentro de la epidemia de coronavirus en Estados Unidos. El 11 de marzo el hogar de ancianos suspendió todas las visitas para proteger a los residentes, y el 20 de marzo, el gobernador Andrew Cuomo ordenó a las personas de todo el estado que se quedaran en sus hogares.
Howard, de 76 años, comprende la necesidad de aplanar la curva de muertes, pero siente que la vida de Lois puede depender de sus visitas. Quiere saber cuánto tiempo la pandemia lo mantendrá alejado de su esposa y le preocupa que otros estén sufriendo situaciones similares.
Para miles de familiares de ancianos confinados en residencias de todo el mundo, -algunos de los cuales no saben nada de sus seres queridos- el destino de los residentes puede sentirse como suspendido entre la vida y la muerte.
Howard, cuya abuela murió durante la epidemia de gripe española de 1918 poco después de dar a luz a su madre, sufre por lo que le toca vivir. Eso lo persigue, especialmente ahora: “No sé si volveré a ver a Lois”.
Lois, de 77 años, ya no puede hablar y rara vez abre los ojos. No puede recordar los momentos que constituyen el medio siglo de su vida con Howard.
Howard los recuerda. Habla sobre el momento en que se encontraron en una galería de arte de París, en enero de 1970, como si hubieran pasado 50 minutos y no 50 años. Sobre cómo su amistad se convirtió en algo el día en que hornearon un strudel de manzana en su casa en el distrito 13. Preparar y estirar la masa les tomó horas. Cuando salió del horno, el metro de París estaba cerrado. Lois se quedó esa noche y luego se mudó.
Él recuerda cómo Lois, también una artesana experta, siempre se comprometió a tomar trabajos para que Howard pudiera concentrarse en su arte. Fue cocinera, maestra sustituta, consejera de drogas y alcohol, auxiliar de enfermería y experta en pátina de esculturas.
“Ella era una verdadera feminista de la década de 1970″, dijo Howard, quien se hizo un nombre como miembro del Radical Painting Group de Nueva York. “Me dijo: ‘Tú pintas y yo gano el dinero'”.
Recuerda el día en que Lois, que se crió en el norte rural de la Columbia Británica, llegó a casa del trabajo en el Museo Metropolitano de Arte de Manhattan y le dijo a Howard que quería cultivar papas. Entonces se mudaron al norte del estado, a una destartalada fábrica de palos saltarines Pogo.
Rememora cómo comenzaron a desvanecerse sus recuerdos: lentamente al principio, hasta que un día le preguntó: “¿Quién eres?”, mientras la ayudaba en el baño.
Ocasionalmente, durante las largas llamadas telefónicas y los correos electrónicos para entrevistarlo, Howard se irritaba con las reminiscencias, pero enseguida le asaltaba otro recuerdo de Lois.
Es una historia de amor, incluso si Howard insiste en que está enfocado en asuntos más prácticos. Porque a veces una historia de amor es inevitable.
MILLONES
En todo Estados Unidos, los hogares de ancianos, unos 15.000, con alrededor de 1,5 millones de residentes, están en cuarentena. Prohibir los visitantes busca evitar el virus, pero el personal aún va y viene. La misma escasez de equipo protector que pone en riesgo a los trabajadores de un hospital es un peligro para quienes cuidan las residencias de ancianos.
Las residencias, como los cruceros, se han convertido en incubadoras brutalmente eficientes del virus, que es especialmente mortal para los ancianos. Hasta el 9 de abril, había habido más de 4.000 casos confirmados del nuevo coronavirus en 312 de los 613 hogares de ancianos del estado de Nueva York y 1.231 muertes relacionadas, según datos oficiales.
Howard no tiene conocimiento de ningún caso de COVID-19 en el hogar de ancianos de Lois. El administrador lo confirmó el lunes, pero no estuvo disponible para hacer comentarios los días siguientes en la semana.
Sin embargo, Howard se está preparando mentalmente para las malas noticias. “Ninguno de nosotros sabe cómo va a terminar esto”, dijo. “Estoy mucho más preocupado por la sociedad que por mí o Lois”.
En casa, Howard pinta. Pero su vida, tan ligada a la rutina de cuidar a Lois, se ha quedado sin amarres.
“Los días no significan nada para mí en este momento”, dijo. “Mi única guía en casa es el gato, al que hay que alimentar”.
UNA VIDA JUNTOS
En tiempos normales, Howard llega al hogar de ancianos de Lois justo después de que los residentes hayan desayunado. Es estricto sobre la hora. Lois está más fresca por la mañana.
Howard le toca música clásica, le lee y a veces le toma la mano. “Es una forma de comunicarnos”, dijo.
Él la ayuda con sus ejercicios de movimiento y, si el clima lo permite, la lleva afuera para que tome aire fresco. Limpia sus dientes y sus párpados para reducir la inflamación.
Durante cada una de las últimas tres visitas de Howard, Lois abrió los ojos brevemente y le sonrió.
“Todavía hay esa chispa de reconocimiento”, dijo. “Es esporádico, e inusual para alguien cuya enfermedad está tan avanzada”.
El trato con un periodista pareció brindarle a Howard cierto consuelo en el aislamiento. Solo en casa, rebuscó en fotografías y entradas de diarios. “Ha evocado todo tipo de recuerdos”, dijo.
Como la primera vez que la vio, en la galería Ileana Sonnabend, famosa por ayudar a importar el arte pop estadounidense a Europa. Lois era una bella historiadora de arte canadiense de 27 años que trabajaba allí, mientras estudiaba guitarra clásica y tomaba un curso de cocina en L’Institut Cordon Bleu.
Howard observó cómo alternaba con confianza entre el francés y el inglés para conversar con la sofisticada clientela de la galería.
“Lois seduce a todos con su sonrisa”, dijo Howard. “Incluso al personal de cuidados del hogar de ancianos. Tiene un club de fans allá”.
Años después de que regresaron de París y vivieron en un loft de artistas en el centro de Manhattan, la pareja se encontró pensando en niños, pero Lois tuvo un aborto espontáneo.
En 1994, adoptaron a su hija, Laurel, en China, que entonces tenía 1 año. Lois se dedicó a cuidar a la niña.
En una entrada del diario garabateada en cursiva en el Día de la Madre de 1998, Lois es efusiva: “¡Tuvimos un comienzo realmente especial esta mañana, que hay que tener en cuenta!”. Laurel, de 4 años, le llevó su desayuno a la cama: donas con glaseado de chocolate y café caliente.
Una razón para mantener el diario, escribió Lois, fue que su hija lo leyera algún día.
“Es muy importante registrar lo que pueda de la historia de Laurel, para darle un pasado porque no tiene conexión con una familia china que pueda vincularla, por así decirlo, con un momento, lugar e individuos específicos, sin historias familiares, enfermedades o desastres”.
En 2008, Lois fue diagnosticada con epilepsia y a principios de 2010 con Alzheimer.
“Todo cambió”, dijo Howard. “Pero acabé por hacer ajustes en mi vida laboral y en mi pintura para estar con ella y cuidarla”.
UNA HIJA
Así como Howard no puede ver a su esposa, su hija Laurel, ahora de 27 años, no puede ver a Howard. Ambos piensan en cómo el aislamiento afecta a las familias en todas partes. Se requiere frente al virus, pero cada familia encara una crisis propia.
Laurel, que trabaja en marketing en Manhattan, lleva semanas casi sin salir de su departamento en el este de Harlem. Trabaja desde su casa con una banda sonora mórbida, el aullido de las ambulancias a todas horas.
“Pienso mucho en mi papá”, dijo. “Depende de las rutinas, y cuidar a mi madre es el centro de todo”.
Durante años después del diagnóstico de Alzheimer de Lois, Howard la había atendido en su casa. Bañarla, alimentarla y llevarla al baño se hizo más difícil a medida que se deterioraba.
Antes de mudarse al hogar de ancianos en 2015, Howard la llevó una última vez a París. Las imágenes del viaje muestran a Lois en restaurantes y sosteniendo copas de vino vacías.
“En ese momento, se debe de haber olvidado que había tomado una copa o dos”, dijo Howard, quien ahora trata de conseguir noticias de su esposa, con mejores resultados que la mayoría.
A fines de marzo, recibió un correo electrónico alentador de un médico en el Centro New Paltz. “Quería decirte que vi a Lois hoy y que estaba bien. Terminó el desayuno y estaba sentada en su silla de ruedas”.
Después de mudarse al hogar de ancianos, Lois entró en una etapa de declive. En ese momento, el personal de enfermería le dijo a Howard que no esperaban que viviera mucho. Para su sorpresa, con las frecuentes visitas, Lois ha podido recuperarse de unos pocos amagos con la muerte.
“No creo que nadie se haya dado cuenta de lo resistente que es”, dijo.
Hay al menos una excepción que algunos hogares de ancianos están haciendo y en las que permiten visitas. Si un residente muere, un miembro de la familia puede venir una última vez.
Howard dice que ese tipo de visita no le interesa. Él va a ver a Lois para mantenerla viva.