Solemos conmemorar días y dedicar fechas a causas o grupos bajo amenaza.

Siendo así, tiene sentido que una hoja del calendario sea para los arqueros. Como nunca superaremos la definición de Eduardo Galeano en su El futbol, a sol y sombra, por ahí empezamos: “También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped. Es uno solo. Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento. Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no está disfrazado de cuervo y el arquero consuela su soledad con fantasías de colores”.

¿Exagerada una descripción digna de santo lacerado y dilapidado? Acaso no. Basta con aclarar que las posibilidades de conquistar trofeos y reconocimientos individuales en el futbol, son inversamente proporcionales a la cercanía a la puerta propia de quien juega. Demasiado factible si se hacen goles, un tanto si se crean desde la media, menos si se evitan en la defensa, casi nada si se atajan bajo los postes. Por elegir el premio más célebre, en 64 entregas de Balón de Oro sólo una seleccionó a un enguantado, Lev Ivánovich Yashin.

La apodada “Araña negra” fue un caso paradigmático. Como principio de cuentas, por la fragilidad. Según supe al charlar con sus familiares y seguir su estela por Moscú, en su debut padeció un colapso nervioso. Por ello lo enviaron un tiempo al hockey sobre hielo, en donde logró quitarse de la mente las marañas que lo enredaban. Su vuelta al césped resultó espectacular y acumularía 151 penales atajados, dejando al rival sin gol en 270 partidos.

El cantautor más relevante de la URSS, Vladímir Vysotski, enterrado en el mismo cementerio de rusos ilustres que Yashin, le dedicaría varias obras. En alguna lamenta las fotos que Lev malogró al evitar un gol:

 

La pelota está en mis manos, las tribunas enloquecen.

Un gol al portero es como un cuchillazo en el corazón.

Cuando atrapo los balones, pienso en cuántas fotografías eché a perder.

El fotógrafo sigue llorando: “es inhumano, amigo, lo que haces”.

 

Antes, al hacerse inminente en la Unión Soviética la Segunda Guerra Mundial, el arquero ya había sido idealizado. Así, se pedía que la población constituyera, cual portero de futbol, la última línea contra el fascismo. “¡Hey tú, portero, prepárate para la batalla! Eres el vigilante del cruce fronterizo. Sólo imagina que detrás de ti, la frontera debe quedar a salvo”, escribió Semión Timoshenko en 1936, metáfora consumada décadas después por Yashin.

Ganador del Balón de Oro en 1963, única excepción que confirma la regla de martirio. O recuperando a Galeano: “El goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace. Lleva a la espalda el número uno. ¿Primero en cobrar? Primero en pagar. El portero siempre tiene la culpa”. Entonces, tal como hay que salvar al oso panda o a los pueblos oprimidos, es prudente dedicar un día a ese estoico ser.

 

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