Siempre imaginé al Atlante de regreso en donde corresponde, que es la primera división. Siempre lo imaginé de vuelta, sí, honrando aquella pegajosa melodía que sonaba en el estadio Azulgrana en los años noventa: “Les prometimos volver y aquí ya estamos. Con los colores azulgrana, con nuestra garra acostumbrada (…) Ya regresamos a la primera, ya regresamos, lo prometimos (…) Gracias a todos por esperarnos, aquí ya estamos para entregarnos”.
Una canción que amalgamaba dos factores: corazón y retorno. Sin uno imposible que existiera el otro. Para comprender basta con ver aquella dramática final del ascenso contra el Pachuca en la temporada 90-91. Tras una tanda de penales maratónica, el portero Félix Fernández puso al Potro en el máximo circuito (quizá, tan sorprendido de su proeza, el entrañable Félix no corrió a gritarlo, se quedó parado con las manos en alto). Un año después ya eran superlíderes. Otro más y eran campeones derrotando al Monterrey.
Cualquiera que ame o haya amado a nuestro futbol estará contento con el retorno del Atlante… aunque no así, no tan distante de sus ideales de mérito, no tan ajeno a su garra popular. Un equipo al que nunca nadie regaló nada (más bien, cuánto le quitaron entre experimentos y mudanzas), no puede darse por satisfecho con subir tras pagar.
Claro, si como parece se termina por eliminar el ascenso, no habrá otro camino para estar en primera división que pagando. Dinero mata mérito. Así nuestro futbol.
Que no enlisten absurdos y justificaciones de cara a la votación: el que quiera proteger su inversión y evitar que se deprecie su club con la caída a segunda, que organice un buen proyecto, que sea sólido en sus contrataciones, que defina un rumbo tan congruente como ambicioso. No obstante, los dirigentes prefieren proteger el valor de su franquicia con esta especie de permiso para ser mediocres, liga en la que no habrá castigo mayor para quien lo haga rematadamente mal.
Si el Veracruz no sirvió como aprendizaje para magnificar el desastre de una liga sin descenso, entonces no aprenderán jamás. Publicábamos por entonces en este espacio palabras hoy necesarias: si hubiese en cualquier lugar del mundo algún directivo con vocación autodestructiva o afán de jugar a quemarse, se sugiere ponerle un video del Veracruz ante Pachuca en el certamen pasado (derrota 9-2) o contra Necaxa de este sábado (7-0). Si pensaba en anular el descenso, en automático entenderá: ahí está el ejemplo de lo peor que puede pasar a un torneo.
Lástima que en el mismo país donde se fecundó ese lío, se están concibiendo varios más. Un torneo sin ascenso y descenso traiciona el ideario del futbol. Una plaza en la que se juega sin esperanza de subir de categoría, también. Un equipo que alcanza la meta de volver a primera sin ganárselo (sea Atlante o Celaya ahora, haya sido Juárez recientemente, sea el que sea), resume el sin-sentido.
Sería maravilloso volver a tener al potro de hierro en donde corresponde. Me encantaría recuperar al Celaya con recuerdos de aquel cuadro subcampeón de Emilio Butragueño. Pero no así. No a este costo.
No sacrificando el espíritu competitivo de todo un futbol.
Twitter/albertolati