El domingo amanecimos con la muy triste noticia del fallecimiento de Tomás Balcázar, para los jóvenes el abuelo del Chicharito Javier Hernández, para el futbol mexicano en general un histórico.
Don Tomy, como muchos le decían, fue todo un personaje que escribió una gran historia con sus Chivas Rayadas del Guadalajara y con la Selección Nacional, pero además, con la gran virtud de saber ser amigo, de abrir las puertas de su casa para brindar un consejo, un chiste, una anécdota, una buena copa y un buen pozole de su gran compañera Lucha. Permítanme hablar del ser humano, de esa gran persona a la que por ejemplo Enrique Borja le decía Pa y Ma a su esposa por el afecto que le tenía, porque primero estaba la amistad que la rivalidad Guadalajara-América.
Tuve el gusto de conocerlo en 1981, cuando el Gallo Jáuregui, el Tubo Gómez y su hermano el Pato, así como Arturo Yamasaki me invitaron a su casa luego de un partido en el Estadio Jalisco.
Tomás era un tipo fácil de palabra, mal hablado, pero sin ofensa, alegre, con la broma a flor de piel. Me recibió con una mentada de madre y un abrazo. “si eres amigo de estos cabrones, eres mi amigo jijo de….” para hacerme sentir de la familia.
Así visitar su hogar se volvió algo fácil de ocurrir, o platicar en un restaurante o en el estadio, o en el club Guadalajara donde fue jugador del Campeonísimo con cinco títulos de liga, donde fue director técnico y entrenador de juveniles, las hoy llamadas fuerzas básicas.
Las platicas aderezada con un buen trago, buena comida y risas por cualquier motivo eran parte de su personalidad, con una memoria que impresionaba. Con el Gallo Jáuregui y Chava Reyes era una disputa por ganar la broma, por recordar la anécdota, por apuntar algo del último partido y por “molestar” al Chino, árbitro como le decían a don Arturo Yamasaki.
La música era parte de su vida y su compadre Marco Antonio Muñiz, extraordinario cantante de no estar en la mesa, estaba en el toca discos con alguna de sus geniales interpretaciones.
En ese mundo de bohemia y futbol vivió Tomás Balcázar, a quienes muchos vamos a recordar como gran rematador de cabeza, que una lesión de meniscos le impidió seguir jugando, luego de ser mundialista en Suiza 1954, donde marcó un gol con la playera de la Selección nacional.
Otros lo recordarán como maestro en las filiales de Chivas, porque muchos de los que fueron titulares del Rebaño Sagrado pasaron por sus consejos y por sus regaños.
Pero estoy seguro que todos lo recordaremos como gran ser humano, como gran persona.
Por supuesto que un hombre así tendría que tener además un desarrollo familiar extraordinario y su hija se caso con Javier Hernández, el original Chícharo, mundialista en 1986.
Esa unión dio muchas alegrías a Tomás, que vio como el Chicharito jugó en su amado Guadalajara, de donde como todos sabemos viajo al viejo continente para hacer una extraordinaria carrera que como buen abuelo siguió muy de cerca, acompañándolo en grandes momentos.
Siguiendo paso a paso también su carrera con la Selección mexicana y hacer inolvidables imágenes como aquella donde llora luego de un gol de su nieto en Copa del Mundo, como él también lo había logrado. “Cómo no voy a estar contento Raúl, si los tres somos mundialistas y chingones” me dijo riendo en Los Ángeles antes de un juego de su nieto.
Vivió intensamente, vivió como le gustó, no se guardó nada, lo entregó todo y hoy ya descansa, seguramente en algún lugar ya estará bromeando con el Tubo, con Chava, con el chino y tantos amigos más.
Gracias Tomás Balcázar por todo. QEPD
@raulsarmiento