Algo así como la música de Queen ante la reciente película Bohemian Rhapsody o la de los Beatles ante la no tan reciente Across the Universe, hoy la serie The Last Dance convierte en presente –y, con ella, los adolescentes convierten en propios– a los maravillosos Chicago Bulls de Michael Jordan.
Un fenómeno sólo al alcance de los más especiales productos de nuestra civilización, de nuestra cultura, de nuestros héroes, pero acaso con un elemento adicional: quizá esos Toros fueron el último gran equipo en elevarse a dinastía antes de la híperconexión de internet, ya no decir lo que han supuesto las redes sociales.
Después de ellos hemos tenido al arrollador Barcelona dirigido por Pep Guardiola e incluso a los duraderos Patriotas de Tom Brady, aunque ya con otras tecituras, revelaciones, descalificaciones, fobias, dedos acusadores, tan intrínsecas a nuestra época.
¿Qué pasaba detrás de esos Bulls que gravitaban en torno al rey Jordan? En su momento, mucho supimos de los escándalos del incontenible Dennis Rodman y poco del absurdo retiro (en ese instante se pensaba que definitivo) de Jordan para jugar beisbol.
Sin embargo, por entonces resultaba más sencilla la idealización. A la luz de la magia que acontecía sobre la duela, con apenas grietas de información relativas a la ríspida realidad en el vestuario, quienes lo vivimos nos aproximábamos a ellos como a un asunto entre místico y metafísico.
Si Jordan era el Quijote de un mundo de fantasía que él mismo creaba y esculpía, Scottie Pippen se erigió en su inigualable Sancho Panza y Phil Jackson en, valga la expresión, el Miguel de Cervantes Saavedra (muchos dudaron de su capacidad como líder y estratega, pretendiendo limitar el mérito al virtuosisimo de su número 23; años después el entrenador repitió gestas con los Lakers).
Como complemento, nombres que se prendieron y apagaron cada cual con distinta luminosidad, con variable longevidad: Horace Grant, John Paxson, Toni Kukoc, Steve Kerr, Luc Longley, Bill Wellington, Ron Harper, el propio Rodman.
The Last Dance nos permite viajar de regreso a esa época. No sólo a los Bulls sino también a sus rivales en una era dorada de la NBA: en un primer momento, los Boston Celtics de Larry Bird, Los Angeles Lakers de Magic Johnson, los Portland Trail Blazers de Clyde Drexler; en un segundo, el Utah Jazz de John Stockton y Karl Malone, los Spurs de David Robinson, los Phoenix Suns de Charles Barkley, los Indiana Pacers de Reggie Miller, los New York Knicks de Patrick Ewing, los Seattle Super Sonics de Gary Payton.
Casi todos esos nombres convergiendo en un instante insuperable para el deporte que fue el dream team de Barcelona 1992. Tres años antes, al quitarse el olimpismo la última máscara de hipocresía y admitir en el baloncesto a jugadores profesionales, no se pudo siquiera sospechar tamaño desenlace. ¿Se desea colocar lo que eso representó en términos del futbol reciente? Armen un equipo con Messi, Cristiano, Zidane, Ronaldo Nazario, Totti, Zlatan, Ronaldinho, Xavi, Gerrard, Kroos, e inscríbanlo en un certamen.
Al desmitificar a esos Bulls por medio de los testimonios que alumbran la cruda verdad, The Last Dance los idealiza todavía más: y es que, contrario a lo que pudo inferirse, esos titanes eran humanos.
Twitter/albertolati