Por Gaby Salido
Este domingo después de llevar a cabo mi rutina de todas las mañanas, me dispuse a hablarle a mi mamá para felicitarla por este día tan especial y para agradecerle a ella y a la vida la bendición de tenerla a mi lado.
Durante esa llamada telefónica, que empezó con un “Felicidades mamá” le siguió un ¿Cómo estas?
Esta pregunta ahora tenia una connotación diferente, estaba cargada como nunca de una preocupación adicional, una preocupación que vivimos ahora con la pandemia, se trata de una preocupación por nuestros seres queridos que se encuentran como nosotros en el encierro y a la distancia.
El entorno en nuestra ciudad era ahora distinto a otros años, no se veía en las ventanas de los vecinos fiesta y algarabía, las calles solitarias en pleno domingo, las iglesias cerradas, las plazas públicas vacías, los camposantos cercados, los mariachis callados.
La fiesta mexicana no se escuchaba, el ambiente festivo que era equiparable con las fiestas patrias o la navidad, esta vez estaba en pausa, esta vez estábamos los mexicanos afrontando esta pandemia ahora cada quien desde una trinchera diferente: El hogar.
Las emociones que fluían en mi interior eran encontradas, por una parte era la dicha de saber que mi madre se encontraba bien y por otro lado tristeza de pensar ¿cuantas madres nos ha quitado la pandemia?
También pude ver tanto en redes sociales como en mi colonia que muchos mexicanos diversificaron el apapacho a la madre, que la creatividad mexicana se manifestó en miles de formas distintas de generar espacios, en su mayoría virtuales, de convivencia y familia.
Los mexicanos lo logramos, pudimos demostrar que la mejor forma de conmemorar a nuestras mamás es quedándonos en casa, reflexionando de lo que pasa en nuestro entorno y generando la esperanza de volverlas a abrazar así como se abraza la vida que hoy extrañamos. Porque para ellas, ¿qué mejor regalo que la vida misma?
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