Martha Hilda González Calderón
Las mujeres trabajadoras son el punto más vulnerable en esta pandemia. Algunas trabajando desde sus hogares y teniendo que intensificar la doble o la triple jornada, para trabajar a distancia y al mismo tiempo estar atentas a las necesidades de sus familias; otras, han tenido que prepararse para continuar laborando en unidades económicas consideradas como esenciales; pero las más, siendo parte de ese universo amorfo de trabajadoras que desde la informalidad se ganan el sustento cotidiano, sin posibilidad de poder resguardarse en sus casas.
Es urgente tomar conciencia de lo que muchas mamás en México enfrentan cotidianamente, para saber cómo apoyarlas.
Vivimos tiempos inéditos para nuestra generación, a pesar de que habíamos padecido ya los efectos de una pandemia por influenza; sin embargo, ésta fue tan grave como la que hoy nos recluye en nuestras casas. El confinamiento permanente para hombres y mujeres y sus familias, la pérdida de empleos y las limitaciones económicas, han significado una tensión en las relaciones familiares y personales, la cual —desafortunadamente—, ha desencadenado un incremento real de la violencia hacia mujeres y niñas, pues los expertos señalan que la engañosa caída del número de denuncias por violencia intrafamiliar apunta más a motivos relacionados con el miedo a denunciar al agresor y seguir viviendo bajo el mismo techo con él, que a un mejoramiento de la convivencia familiar.
En el mundo laboral, las mujeres son parte importante de esos 436 millones de empresas, ya sea como empleadoras o trabajadoras, que se ven afectadas por esta pandemia, de acuerdo con las cifras que señala la Organización Internacional del Trabajo, OIT. Muchas de ellas deberán hacer esfuerzos para poder sobrevivir. Las que son empleadoras viven en países donde se ha ordenado el confinamiento y cuya actividad se ha visto drásticamente limitada. Las áreas que han sido afectadas y donde se registran más mujeres son en el comercio y en general el sector servicios, donde alcanzan un porcentaje del 79%.
El escenario para las trabajadoras no es más alentador: 1,600 millones de trabajadoras y trabajadores se verán afectados y la pobreza relativa se incrementará en un 34%, de acuerdo con la información del responsable de la OIT en México.
A pesar de la gravedad de estas cifras, las más vulnerables son las mujeres que laboran en los distintos sectores informales. Desde aquella que presta sus servicios en una casa, como trabajadora del hogar o hasta aquella que labora en un modesto puesto en algún mercado de la Zona Metropolitana del Valle de México. Para esas mujeres, el no contar con asistencia social, ni ningún tipo de apoyo económico, las obliga a desafiar el confinamiento y salir a la calle para buscar el sustento para ellas y sus familias. En el caso de que contraigan la enfermedad, la situación se vuelve dramática al no contar con ningún tipo de respaldo para afrontar esa situación.
En el mundo, el sector informal involucra a más de 2,000 millones de personas. En América Latina y el Caribe, se estima que hay alrededor de 158 millones de personas en la informalidad. En México, representan 31.3 millones y en el Estado de México, son más de la mitad de la Población Económicamente Activa. Las cifras son escalofriantes: 1,404 millones de trabajadores informales viven en países que tienen confinamiento obligatorio. Y es de llamar la atención que, en países como México, la previsión es que sus ingresos se desplomarán casi un 82%. Las mujeres, particularmente en las áreas de comercio y servicios, serán las más afectadas.
Es este el sector más vulnerable para contraer el COVID19, pues difícilmente pueden aplicar las medidas de sana distancia debido al hacinamiento en el que viven y la medida de lavado continuo de manos es complicada de observar en zonas populares con carencia de agua.
En una situación tan compleja como la que actualmente vivimos, debemos escuchar a los organismos internacionales que están documentando las experiencias del COVID19 en otros países y sus paulatinas reaperturas económicas.
En nuestro caso, la OIT señala que ante una situación de crisis, desastre o conflicto, son tres las etapas que se deben articular para superarla con el menor número de personas afectadas. La primera es la estabilización. El poder asegurar los medios de subsistencia y los empleos, además de fortalecer la seguridad social.
En el caso de las mujeres trabajadoras afiliadas al IMSS, es urgente fortalecer los medios de protección laboral contra despidos injustificados. Al igual que los hombres, apoyarlas para que lleguen a acuerdos laborales que les permitan asegurar su fuente de empleo, a través de convenir porcentajes, de acuerdo con las posibilidades de la empresa y de acuerdo con lo que marca la ley. En el caso de mujeres que se desempeñan en actividades informales, es urgente ampliar los esquemas de seguridad social y apoyarlas para facilitar su resguardo domiciliario. En el Estado de México, un número creciente de trabajadoras y trabajadores han acudido a los servicios de orientación y asesoría de la Procuraduría de la Defensa del Trabajo. Otros, han solicitado que las Juntas Locales de Conciliación y Arbitraje legitimen sus convenios laborales entre trabajadores y empleadores, con el fin de asegurar la permanencia de sus fuentes de trabajo.
La segunda es la etapa de la recuperación, pasada la época de crisis, es aquella en que se empieza a observar la generación de empleo y mejoramiento en los niveles económicos. En este rubro, las mujeres podrían aplicar los conocimientos derivados de capacitaciones tomadas durante la etapa de confinamiento y aplicarlas para iniciar esquemas de autoempleo, con el acompañamiento correspondiente del Gobierno. Después de esta pandemia, los centros de trabajo ya no serán los mismos, la incursión al mundo digital pareciera indispensable para poder sobrevivir. El desarrollo del teletrabajo será una opción para hombres y mujeres y la oportunidad de replantear la vida familiar y laboral. También podría ser buen momento, para que trabajadoras y trabajadores de los distintos sectores informales, puedan incorporarse al mercado laboral formal.
En el Estado de México siguiendo esta visión, se alista un monto importante de recursos para el programa de autoempleo, precisamente para incentivar a que más mujeres puedan contar con un capital semilla y poder iniciar un pequeño negocio desde la formalidad.
Finalmente, la etapa de desarrollo sostenible, en donde se impulsan empleos que cumplen con los objetivos del trabajo decente y que cuentan con las características aprendidas: medidas de higiene rigurosas, ahorro de energías y respetuosas del medio ambiente. Reincorporarnos a las curvas ascendentes puede ser posible, si aprovechamos las lecciones que nos deja esta pandemia.
Para la sociedad en general, pero específicamente para las mujeres hay un largo camino por construir. Por muchos años, la lucha se centró en las mujeres para romper con el paradigma de la “naturalización” de la violencia intrafamiliar. En el terreno laboral, las mujeres están dando una pelea decidida en los distintos terrenos donde se desempeñan: como profesionales de la salud, en la primera línea de batalla; en puestos directivos o como trabajadoras en las empresas, tratando de sortear la crisis y asegurando que se apliquen las medidas sanitarias correspondientes; como modestas comerciantes, tratando de continuar vendiendo productos que ellas mismas elaboran y desafiando el riesgo de contagio.
Este diez de mayo, más que un día de celebración, debiera ser un momento de dialogo social para profundizar en el fortalecimiento de las trabajadoras más vulnerables. Es un trabajo de todos, a través de un esfuerzo solidario y conjunto que podremos beneficiar al mayor número de ellas.
@Martha_Hilda