Alonso Tamez

El gobierno federal perdió la oportunidad de generar un cambio profundo. La posibilidad de una “transformación” del sistema se empezó a diluir desde mediados de 2019, cuando dos cosas quedaron claras: que la apuesta obradorista era una simple rotación de élites; y que la economía estaba siendo pésimamente manejada.

 

 

Esto, sumado al terrible impacto económico del Covid-19 en los siguientes dos años y a la percepción de corrupción en el obradorismo, le ha quitado al presidente varias fichas presupuestarias que le hubiesen servido para expandir y cimentar su proyecto político. En otras palabras, hoy López Obrador tiene una mano atada a la espalda.

 

 

Este año veremos un forzoso ajuste en los planes presidenciales. De “transformar” a México, el gobierno apenas intentará administrarlo decentemente. Se recortarán programas, se eliminarán metas y el discurso oficial cambiará. La pregunta es hacia qué tipo de discurso transitará un López Obrador contra las cuerdas económicas.

 

 

Mi teoría es que el presidente, al ser un demagogo —un político enfocado en ganarse el agrado del electorado—, no va a moderar su apuesta discursiva ante la emergencia, sino a doblarla: en vez de recurrir a un discurso de unidad, fomentará la paranoia, los “complots” contra él y la existencia de nuevos enemigos invisibles

 

 

¿Por qué? Porque a un López Obrador arrinconado, sólo le queda soltar patadas. No lo veo aceptando que su proyecto fue sometido por los dictados económicos “neoliberales”. Por lo mismo, la suma de una economía mexicana por los suelos y un López Obrador negado a admitir que su “transformación” ya no fue, probablemente dé como resultado más polarización desde el púlpito presidencial.

 

 

Debido a que su clásico discurso divisivo de “buenos v.s. malos” será de las pocas herramientas políticas que seguirán disponibles tras los ajustes económicos, es poco realista pensar que lo reducirá. Más bien, al contrario. Lo va a incrementar.

 

 

@AlonsoTamez