Héctor Zagal
Profesor investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana, campus Ciudad de México, SIN II
Ya se acerca el Día del maestro. Será un 15 de mayo especial. Hoy las escuelas están vacías y no por falta de alumnos ni profesores. Las medidas de sana distancia nos mantienen a todos en casa.
Debido a las circunstancias, los profesores nos hemos adentrado en el mundo digital para continuar con nuestras clases. No ha sido fácil ni para los docentes ni para los alumnos. Por un lado, nada sustituye la interacción cara a cara en un aula. El saludo en los pasillos, la pequeña charla camino al salón de clases con los alumnos, la sesión de preguntas aún después de haber terminado la lección, enriquecen la experiencia educativa. Yo disfruto dar mis clases tanto como disfruto platicar con mis alumnos de sus intereses cotidianos.
Las videoconferencias nos comunican de otra manera, pero no suplen la interacción presencial. Y no podrían, pues la virtualidad es una realidad distinta a aquella fuera de la pantalla. Las condiciones desde las que nos comunicamos en línea son muy diferentes. Yo tengo la enorme suerte de contar con un espacio dedicado específicamente al trabajo académico e intelectual. En mi casa, gozo de cierta comodidad para participar en foros con colegas universitarios y para dar clases. Pero no todos mis colegas ni mis alumnos cuentan con los mismos espacios. Algunos se conectan desde la sala, el comedor, su cuarto compartido con los hermanos. Algunos otros tienen una sola computadora en casa y ésta se comparte con sus familia para que ellos puedan, también, realizar sus trabajos y tareas. Habrá algunos alumnos y docentes que no cuenten con internet en casa.
La casa no es la escuela, es un espacio diseñado para tareas distintas a las académicas. Además, por lo general, es un espacio compartido. Yo puedo anunciar a mis familiares que no cuenten conmigo en cierto horario y cerrar la puerta de mi oficina. Pero, ¿qué pasa con quienes comparten su tiempo y espacio con la madre que está preparando la comida o con los hermanitos curiosos y juguetones? Y quizás no hemos hablado lo suficiente de la intrusión que implica la educación a distancia vía videoconferencias. La casa es un espacio íntimo, privado. Ahora nuestra sala, cuarto, cocina, familia, puede estar en ojo de todos. Creo que varios nos hemos hecho conscientes de la organización de nuestro librero, de si un cuadro está chueco o del aspecto de nuestro espacio doméstico en general. Entre gente pasando atrás, escuchando música o riendo y la preocupación de si me veo bien frente a la cámara y de que no se alcance a notar el cesto de ropa sucia atrás, es difícil concentrarse en la clase.
Las clases en línea nos permiten continuar con la docencia, pero también muestran las bondades de las clases presenciales. Las escuelas, las bibliotecas, los centros culturales donde se imparten clases y talleres, son espacios que igualan las condiciones de aprendizaje para todos los involucrados. En ellos se provee a los alumnos y profesores de un espacio diseñado específicamente para una comunidad educativa, donde la banca en la que uno se sienta es igual de cómoda a la de mis compañeros y donde el maestro tiene acceso a los mismos materiales que otros. Esta igualdad de condiciones escolares podía aminorar la desigualdad de condiciones económicas o domésticas. No todos los alumnos llegan desayunados, ni todos llegan en auto a la escuela, ni tienen las mismas horas de sueño o de tiempo libre para estudiar en casa; pero al menos dentro de la escuela, todos toman clase en los mismo salones.
La era digital en la que vivimos acorta distancias y hace llegar la educación a todos los rincones (en los que se tenga una computadora y acceso a internet). Pero la pantalla no es el espacio real. Esta nueva modalidad educativa a la que hemos tenido que recurrir revela que una de las principales ventajas de la escuela como espacio académico era la democratización de la educación. La escuela en línea ha puesto patas arriba esto. Tenemos que enfrentarnos ahora una brecha digital que revela, a su vez, la brecha económica que el espacio educativo subsanaba.
Este será un 15 de mayo distinto y triste.
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal